Polémica Cinco euros al turismo por entrar en Venecia: una tasa muy alejada de la situación actual en Cádiz

Sintonicé el canal de televisión a las 20.55 horas y apareció un hilo musical con the best of la familia real 2019, preludio del discurso del rey. Precisamente la navidad en que mi hijo Rodrigo se ha sofocado ante esa inevitable llegada de la adolescencia que es conocer la identidad secreta de los reyes magos, don Felipe de Borbón y Grecia ha procurado no sofocarse demasiado con todo lo que le está cayendo encima por culpa de dirigentes egoístas, chantajistas y sinvergonzones.

El discurso del rey, el mismo Jefe del Estado que lució chiribitas en los ojos cuando habló de su patria (las mismas chiribitas acuosas que escaparon de los lagrimales del pobre Rodrigo, a quien le habían robado la navidad) no llegó a ser arenga ni tampoco motivación para aquéllos a los que debería compungir. Su monólogo aclaró que los que estamos desnudos somos nosotros, no el Rey. Fue una fábula inversa en la que el monarca nos explicó que dormitamos a la intemperie en pelota picada justo ahora que adviene el invierno a helarnos los ovarios.

Ausente ya de la emisión el clásico "orgullo y satisfacción" del rey emérito, comprobamos que Felipe VI se maneja bien ante la cámara (para ser un Borbón, me refiero). Fue un discurso bello aunque vacuo, como todos los alegatos que asaetean nuestro corazón. Un disparo de fogueo con una Beretta de cañón taponado. Resultó ser una simple declaración de intenciones (de lo que han de ser nuestras intenciones) para el año que comienza en tres, dos, uno, ¡V.E.R.D.E.!, que clamó José, un republicano de derechas (y yo lo entiendo, porque este Rey parece amar España más que los patrioteros que la proxenetizan cada día más).

Por otro lado, en estos últimos tiempos se ha simplificado el mensaje, se ha sincretizado, en cierto sentido. Los ideólogos del cisma han asimilado el conservadurismo a la derecha (y ambos a la monarquía) y el progresismo a la izquierda (y los dos al republicanismo). Nada más lejos de la realidad: nos mienten y confunden con la misma cantinela pre y post guerracivilista. Me resultó un divertido pasatiempo, eso sí, asistir a la inevitable expulsión de bilis de los republicanos-antimonárquicos: para ellos este alegato es una guantada periódica sin mano. Fue, en definitiva, el discurso del Rey, motivo de chanza para los antimonárquicos y los politicastros (a los que entró por un oído y salió por el otro); apenas una cita atávica anterior al langostino y el lomo embuchado, chin-chin y a Belén va una burra, rin-rin. Pero nadie se remienda. La Constitución (ese mismo ejemplar que simbólicamente dormitaba en la consola a la espalda del rey) impide remendar; sólo deja refrendar.

El discurso del Felipe VI fue apenas una felicitación, un christmas, la exteriorización de sus buenos deseos y de su falta de confianza en los que en realidad mandan. El discurso del rey es un simple dinosaurio televisivo que al despertar sigue allí, como el programa de fin de año de José Mota. Aunque con menos gracia.

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