A la familia X, la comida le sabe a plástico y paga un dineral por ella. Alrededor, huele a basura, y a ceniza. La familia X hace maletas, compra una linterna, una guía de carreteras, se informa sobre las mejores cervecerías, ermitas y museos etnográficos. Llena el depósito y enciende el aire acondicionado. Protesta. Teme las facturas, pero eso ya se verá en septiembre. Al carajo el futuro. Carpe noctem. Pero con preocupación. La tele supura susto. En otoño la curva del crecimiento se estanca. ¿Qué crecimiento? La familia X reconoce que no entiende de economía, pero apuesta por que la culpa sea de Putin, la OTAN, Gibraltar, la ganadería intensiva, el lobby gay y la educación en valores. La familia X se asusta. La gente asustada deja de comprar. Se recauda menos con el IVA, explican. Los servicios públicos pierden el pulso. Suben el IVA para recaudar más, aunque haya quien pida que lo bajen para que la gente consuma más y gaste en servicios esenciales privatizados porque los servicios públicos están sin aliento y los privados son colegas. Entretanto, suben los precios. Pequeños negocios no pueden soportarlo y cierran. Otros tiran. Otros torturan a su plantilla y a su clientela. Las grandes empresas, las de siempre, se descojonan. Más gente al desempleo. Menos consumo. La familia X pone un tuit lacerante para protestar. Se reduce aún más la recaudación por impuestos. Suben más los impuestos, o a lo mejor los bajan, pero se inventan otras tasas. Los precios rebosan. Los bancos se parten de la risa, pero emiten susto. Los medios dicen que se disparan los índices de todo. La familia X decide recortar gastos familiares, dejan de comprar lotería y cambian de compañía de teléfono y critican la espectacular boda de primera comunión de la familia vecina, que se ha comprado un coche asín to grande y drena la piscina cada mes de octubre. A la familia X, la comida le sigue sabiendo a plástico y exige respeto para quienes comen comida con sabor a plástico. Sin perder la dignidad.