El pasado domingo se consumó otro de los grandes crímenes del Carnaval de Cádiz: la ostionada.

Y lo digo por la masacre de ostiones que se vivió en San Antonio. Un ostión le dicen en Cádiz, pero se llama ostra portuguesa en España y Crassostrea o Gryphaea angulata en los libros.

Se exterminaron 500 kilos de ostiones, o sea un holocausto ostionero. En Suiza se ha prohibido que se metan en agua hirviendo las langostas vivas y en Cádiz, en la plaza de San Antonio, los carnavaleros se comen moluscos vivos y les dan muerte por masticación. Los aficionados al Carnaval comiendo ostiones son como los cocodrilos que salen en la tele después de comer devorando a las pobres cebras y ñús que van al abrevadero.

Y no digamos nada de los ostiones, primero los rajan con un cuchillo mohoso y cuando no los asesinan de un indiscriminado lengüetazo son castrados en vida con una cucharita. Terminan en el cubo de basura sufriendo una muerte lenta.

¿Y los verdes animalistas y ecologistas? ¿Dónde están los verdes? Los únicos verdes que reaccionan son los del honrado instituto, versión Seprona, que protegen nuestras costas del marisqueo ilegal.

Nos libramos de las corridas de toros y vamos por ahí sacando pecho por eso, pero masacramos ostiones y erizos.

¿No tiene nada que decir de esto el Pacma? ¿Por qué no reaccionan Agaden o Juan Clavero? ¿Cuando van a detener a Monforte por apología del ostionicidio?

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