Análisis

Tacho Rufino

La desgracia genera oportunidades

La medida de la prudente y eficaz Junta sobre el cierre de bares podría crear nuevas pautas horarias en las formas de consumoSalvar a la oferta hostelera pasa por un cambio en los tiempos de los clientes y su ocio

La Ley de Say fue propuesta por el economista clásico francés Jean-Baptiste Say, y en su enunciado más simple dice que "toda oferta crea su propia demanda". No es así en puridad, porque lo que en realidad quiso demostrar aquel admirador de Adam Smith es algo más complejo: la demanda de bienes y servicios viene determinada por la producción u oferta, y no hay demanda posible si no hay oferta previa. Además, cuantos más bienes se produzcan, más bienes constituirán demanda para otros bienes. Sin embargo, podemos permitirnos jugar con la idea de que incluso en un entorno de contracción de la producción como el vigente, la oferta menguante (hoteles, restaurantes, vestido, automóviles, vehículos, cemento, energía) determina la demanda o, por así decirlo, las maneras del consumo. Esta hipótesis, que adapta con respeto la Ley de Say, no debe ignorar que la oferta en estos momentos depende no ya de la pandemia y el cuello de botella sanitario que obligan a que debamos castigar a la economía, y tampoco obviar que las decisiones gubernativas hacen que el libre juego de la oferta y la demanda sea una bella ilusión. Hablemos de pautas de consumo, en concreto de ocio y vida en la calle.

El jueves pasado, la Junta de Andalucía aprobó lo que esperábamos, y viene a constatar que el presidente de la comunidad autónoma y su equipo económico están encima del caballo desbocado con prudencia y responsabilidad: los bares y restaurantes andaluces se suman a la restricción horaria que está siendo norma en toda Europa, y deberán cerrar a las diez de la noche. La oferta de tapas, copas y cenas ve constreñida su necesidad natural de hacer dinero, un dinero que la demanda, los clientes, paga gustosa a cambio de un valor que considera preferible a sus billetes y tarjetas: en la diferencia entre valor y precio está el común aprecio, y el dinamismo de este sector (y de todos). No debemos venirnos abajo: peor sería que, con el tiempo y el contagio creciente, dejara de haber demanda ni oferta alguna, ni -peor- capacidad pública de pagar ayudas sociales, prestaciones por desempleo y ERTE, incluso una sanidad mínimamente eficaz y eficiente: hay que evitar el desastre desencadenado. No debemos dejar de creer que en cada caída hay una oportunidad.

Estamos en otoño, llegará el invierno, y los días son de menos luz. Las jornadas de trabajo deben abandonar esa pasión improductiva y tan nuestra por "echar horas", de forma que a cierta hora de la tarde los empleados y profesionales deben haber dado de mano, salvo aquellas actividades que sean de suyo vespertinas y nocturnas. Los niños deberán estar en la cama antes de las diez, quizá la siesta pase de momento a mejor vida: ¿horario europeo? Sí, ¿y qué? ¿Tiene usted una mejor alternativa, que no sea tirarse por un barranco? Bien pudiera ser que la nueva oferta -cerramos a las diez, señores, aquí tienen su cuenta- genere una nueva forma de demanda y consumo, y que la cena con carta servida por la izquierda y la cerveza rápida con los amigos adelanten un par de horas su goce, muy lícito. Y a las diez, todo el mundo a casa. El presidente Juanma Moreno avisa desde ya de que el siguiente paso, el toque de queda desde las once, es inevitable si el nivel de contagio y ocupación hospitalaria sigue al ritmo que va. Necesita la Junta que el Gobierno central, tan cómodo en pasar la patata caliente a las autonomías -no hablo de las levantiscas y politiconas, que esa es otra-, le dé cobertura para evitar que un juez desmonte con razón la medida en cuestión. Y en esa hora entre las diez y las once, los sufridos trabajadores de la hostelería tengan tiempo de volver a casa y descansar. Y no perder el empleo. Quedemos más temprano, no es tan difícil. Adaptemos la demanda a la oferta; que se adapta, por cierto, por narices.

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