Al margen de las manipulaciones soterradas de quienes nos gobiernan, el pueblo calla mientras pueda ir al súper o a la tienda de la esquina con mascarillas, con guantes y manteniendo "distancias sociales" (¿hasta cuando esta estupidez?, ¡distancias físicas, coño!), en la seguridad de que encontrará lo que necesita para su día a día. Pero cuando, como se anuncia, lleguen los tiempos de carestía, aumenten los precios y los establecimientos haya que tomarlos al asalto ¿se mantendrá la solidaridad actual o rebrotará el egoísmo acaparativo que ya se vio al primer síntoma de alarma?

Esa es la pregunta. Esa es la incógnita. Esa es la respuesta que debieran tener segura todos los que nos gobiernan para que no ocurra lo que en Venezuela, o lo que ha pasado con la crisis sanitaria, anunciada tantas veces e ignorada por la natural incompetencia de los que se ponen a mandar sin saber y sin la sensibilidad necesaria para prevenir lo que se nos puede venir encima. 

Es natural que cuando se llega a una cierta edad se produzcan cambios notables en la interpretación de los acontecimientos. Por ejemplo en la percepción del futuro, que deja de ser a largo plazo para convertirse en el día a día. A los viejos nos importa poco que los neardentales vivieran más arriba o más abajo; de igual manera que nos da igual que venga ese meteorito con mala leche dentro de cien años. Ya es suficiente consuelo despertar al día siguiente sin que hayan aumentado los achaques; al fin y al cabo, un egoísmo venial que no hace daño a nadie.

Pero el miedo no es algo personal, íntimo, que se soporta sin histerismos por lo que pueda venir pasado mañana; el miedo radica en la desconfianza que provocan los que pretenden manipular el futuro de los demás, sin mayores méritos que un carné de partido y una ideología a medio digerir, hasta el punto de convertir en dogma el disfraz oportunista de su dialéctica habitual.

Es pues arriesgado temer que si la economía se hunde como se prevé, se llegue a situaciones más dramáticas; que las solidaridades de hoy no se conviertan en egoísmos mañana y que estos egoísmos estén justificados por un instinto natural de conservación. La verdad, según el panorama algo de eso ya se apunta en el horizonte aunque la intranquilidad todavía no alcance cotas alarmantes aunque la semilla ya está plantada. 

De momento hasta los que no creían en Europa se agarran a ella como si Europa fuera el bálsamo de Fierabrás que aparece en El Quijote, o la Triaca Magna, aquel medicamento antídoto contra todos los males sin que en ninguno de los casos se señalara utilidad alguna ni efectos secundarios, que es lo que Europa aún no ha dicho, las contraprestaciones, las contraindicaciones. Europa se hace la remolona, pero empieza a escribir con sus renglones torcidos, justo en el momento en que el gobierno de España presenta más dudas que seguridades.

A eso me refiero, al miedo soterrado que cada cual lleva escondido por si las generosidades de hoy se vuelven en egoísmos mañana.

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