Harán la lectura que les convenga, pero la conmemoración del 1 de octubre no les ha salido a los independentistas como esperaban. Ni de lejos. Con un añadido decepcionante: la imagen ridícula de un Puigdemont que, al impedirle la entrada en la sede del Parlamento Europeo, lanzó una soflama en las puertas del edificio que no siguieron ni cincuenta personas, lo que le obligó a convocar más tarde una rueda de prensa para que su alegato llegara a Cataluña. Donde, por cierto, debería estar el ex presidente si tuviera lo que hay que tener, en lugar de huir de noche dejando tirados a sus principales colaboradores.

A medida que avanzaba la mañana los dirigentes independentistas, empezando por Quim Torra, ponían el acento en que hay que dedicar el máximo esfuerzo en los actos que preparan para cuando se conozca la sentencia de los que se encuentran en prisión preventiva; como si hubiera asumido ya el presidente de la Generalitat, a la vista de las noticias que le llegaban, que la conmemoración del referéndum ilegal del 1 de octubre estaba transcurriendo sin inconmensurables multitudes, paniaguada, cuando se esperaba un clamor independentista cuyo sonido pretendían la Generalitat, los CDR y todos sus acólitos, que llegara hasta La Moncloa, las sedes de los partidos nacionales … y el Tribunal Supremo.

Por mucha parafernalia institucional que haya dado Torra a su discurso desde la sede del Palau, por muchas promesas de que alcanzarán la ansiada república independiente, por muchas palabras grandilocuentes, por mucho acompañamiento de sus consejeros y altos cargos, por mucho marco incomparable para leer su declaración conmemorativa del referéndum ilegal, esas palabras quedaban devaluadas ante el hecho incuestionable en ese momento de que la esperada masificación de calles plagadas de protestas y gritos contra España había quedado muy por debajo de las expectativas.

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