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Crónica de San Juan de Dios

Melchor Mateo

mmateo@diariodecadiz.com

La ciudad que sonríe y no piensa

Llevamos décadas sin definir qué es lo que debemos ser y sin líderes sociales que empujen

Imagen de la manifestación contra el cierre de Airbus del pasado jueves.

Imagen de la manifestación contra el cierre de Airbus del pasado jueves. / Jesús Marín

Hay veces que el paso del tiempo hace que se mitifiquen épocas pasadas y se denoste la actualidad. Recordamos series y programas de televisión de otros tiempos con el cariño que nos lleva a la infancia pero ahora seríamos incapaces de ver ni cinco minutos de ellos. Decimos que los políticos de ahora no están a la altura y nos remontamos a 40 años atrás para tratar de buscar una política más pura y menos impostada que la actual.

Decimos que no hay líderes sociales en esta ciudad y nos acordamos de unos motores vecinales que hace décadas empujaban con sus barrios de la mano. De ahí salieron gente como Hipólito García, Luis Pizarro o, incluso, el siempre recordado Enrique Blanco. Hay parte de cierto en todo esto pero los tiempos cambian y van evolucionando y es difícil mirar con los ojos actuales cosas del pasado, algo que se podría aplicar a muchas cosas.

Cádiz se pregunta qué es y qué debe ser. Debemos ser Bahía, pero en cada uno de los municipios que nos rodean y en la capital misma tratamos de abanderar un nacionalismo localista que nos hace ser pequeños reinos de taifas donde las escaramuzas son más frecuentes que las colaboraciones. Hablamos de una zona industrial pero poco a poco se nos escapan de las manos las oportunidades y vivimos de lo que fuimos en el pasado sin saber reconvertirnos en lo que podemos ser en el futuro.

Airbus ha sido el último golpe a una larga sangría que se ha producido en los últimos años. Hablamos de lo que se nos ha ido, pero no reparamos en la falta de capacidad para crear alternativas. Nos encontramos en una parálisis eterna donde vemos que hay proyectos de los que se habla mucho pero que se hace muy poco. El famoso polígono de Las Aletas, ese que nos vendían como el gran pulmón industrial y empresarial de la Bahía, sigue durmiendo en un cajón.

Es el lugar donde la necesidad de inversiones nos pone en una situación de absoluta debilidad ante vendedores de crecepelo y humo, aunque vengan con motores eléctricos, con gente más preocupada de aprovecharse de la alfombra roja que le ponen en materia de subvenciones y de las ventajas para el espacio a ocupar, que realmente de desarrollar un proyecto para la zona. Cuando viene la ilusión y el rayo de esperanza que nos pueda aportar un poco de luz, la carroza de la cenicienta siempre se convierte en calabaza cuando llega las doce.

Pensamos en una ciudad turística donde viene la gente por el encanto general pero sin tener una definición clara y donde el derrotismo nos lleva a decir que, por ejemplo, los cruceros no dejan dinero, cuando de la única manera que no dejarían un euro es si no vienen.

Ponemos al Carnaval como punta de lanza, como un elemento de creatividad inmenso pero, salvo excepciones contadas, no damos el paso a una industria que podría generar mucha riqueza.

El otro día en una reunión alguien decía que en Cádiz faltan líderes soc iales y que no hay lobbys que empujen a los poderes públicos. En esta bendita ciudad aplicamos en muchas ocasiones lo contrario de aquella famosa frase del asesinado presidente americano John Fitzgerald Kennedy: “No te preguntes qué puede hacer tu país por ti, pregúntate qué puedes hacer tú por tu país”. Esperamos que todo nos lo den hecho y que desde un Ayuntamiento o cualquier administración pública nos tienen que solucionar la vida. Claro que es importante y tenemos que exigir como ciudadanos lo que nos corresponde, pero también estamos sometidos a una serie de deberes. El problema es cuando ponemos en el lado de la balanza de los derechos a muchas más cosas que en la de los deberes.

Llevamos muchos años pensando qué queremos ser. Es el eterno debate. Evoluciona la sociedad, evoluciona la ciudad, pero seguimos sin darle una respuesta clara a la pregunta.

Somos la periferia de la periferia. Lejos de Madrid y, paradójicamente, cada vez más lejos del eje del poder político y económico de Sevilla y Málaga.

Podemos ser la ciudad que sonríe pero no la ciudad que piensa. Somos ciudadanos individualistas pero no colectivos. Cada uno podemos tener una manera de pensar e ideas pero se quedan en el ámbito de nuestras cuatro paredes y hay mucha gente que desde fuera de la política pueden aportar a través del debate y la generación de ideas, como pudo ser en su día el Plan C.

Tenemos resistencia, capacidad de supervivencia, creatividad pero nos falta dar el salto y creérnoslo y eso pasa por dejar de mirarnos el ombligo y salir de la superficialidad de lo bien que se vive aquí.

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