Cuando todo era bullicio, todo calle y fiesta, lamentábamos el levantarnos de las terrazas a las dos de la mañana. Eran tiempos en los que salir a cenar a las diez de la noche era lo habitual, quedando cocinas y servicio al servicio del capricho.

Todo fue en vano, y la sabida consigna de la playa hasta que muera el sol era la máxima. Las advertencias, los cansados ojos de quienes llevaban sirviendo platos desde la ocho de la tarde, eran razón suficiente, el derecho a disfrutar de la terraza del restaurante o bar era inalienable, y tras la primera copa, quizás lógica, después de un buen yantar, era seguida de la siguiente, fruto del calentamiento de pico, y a la que en algunos casos, seguía la de por mis razones.

Conste decir que para algunos propietarios, las copas de sobremesa alargadas hasta las cinco de la mañana eran buen negocio, siempre y cuando el personal se marchase a una hora prudente, pero en la mayoría de los casos, el brazo levantado para pedir otra ronda era mas un calvario que un alivio, sobre todo existiendo locales de copas en los que los turnos empezaban entrada bien la noche, acabando agotado ya el viajar de la luna.

Las normas, nunca bien venidas, suscitaron protestas, y el que nos levantaran a una hora prudente de la mesa, en la que ya habíamos terminado de cenar, no sentaba bien, más bien lo tomábamos como un corta punto intolerable.

Tras un año sin tener que levantarnos de la mesa, porque no nos dejaban sentarnos, y comenzado el segundo año de la educación natural, hoy tomamos como algo habitual, e incluso lo agradecemos, levantarnos a las diez de la noche de la mesa, alegres, después de no poder ni siquiera pensar en ello.

Soñamos con poder cenar hasta las doce, y lo que antes nos molestaba, ahora lo agradecemos. La pandemia nos ha llevado a la educación y la comprensión por el camino fácil, hoy entendemos si un camarero nos invita a abandonar el local porque se acerca la hora de los virus, y finalmente, casi sin darnos cuenta, permitimos a cientos de familias conciliar su vida sin tener que aguantar hasta altas horas de la noche. Al final, incluso puede que sin darnos cuenta, la pandemia nos haya acercado a nuestro lado más lógico.

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