No es extraño escuchar, de vez en cuando, ese comentario público, generalmente despreciativo, que critica que las personas con menos recursos, las que por ejemplo reciben vales de comida para comprar en los supermercados, tengan en sus manos un teléfono móvil o en sus casas un ordenador. Algo así como: "Mira, no tienen para comer y se gastan el dinero en estos aparatos...". Sin embargo, en estos días de confinamiento obligado y de actividad telemática, la sociedad ha venido a darse cuenta de otra brecha, la digital, una brecha que excluye tanto o más que otras más vitales y que, en este caso, está impidiendo que algunos jóvenes accedan en igualdad de condiciones a una formación educativa que el coronavirus ha convertido momentáneamente en virtual. No siempre lo que parece prescindible lo es tanto, sobre todo en una sociedad tan dada a dejar atrás a muchos de sus miembros a golpe de avance tecnológico.

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