Análisis

Guillermo Alonso Del Real

Un botarate en Chiclana

E l botarate al que me refiero no era un botarate local. Y no porque no los tengamos, ya que gracias a Dios disponemos de bastantes: botarates, memos, berzotas. Por suerte no son mayoría, sino minoría exigua. El chiclanero es, en general, bastante despejado; incluso contamos con eminencias del intelecto, especialmente entre las clases populares.

Aquel botarate era inglés, un caballero "de buena familia", que estaba casado con la hija de Lord Essex, cuya salud delicada indujo al esposo amantísimo a traerla a España, donde fijó su domicilio entre las ciudades de Sevilla y Granada, si bien soltó a su cónyuge en estas bellas localidades andaluzas, y él se dedicó a viajar a caballo por toda España sin enterarse de gran cosa, aunque él opinaba todo lo contrario, con absoluto menosprecio a otros cronistas internacionales y nativos de la época. Esa época transcurrió entre 1830 y 1833, durante la Regencia de María Cristina y aún calientes los recuerdos de la Guerra de la Independencia, que los británicos definieron como "Peninsular War" con una notable desfachatez. Don Richard Ford tenía, como muchos de sus compatriotas de entonces, una gran opinión de sí mismo y, sobre todo, un problema como cronista: miraba todas las cosas desde una subjetividad absoluta, que seguramente es la peor cualidad que pueda adornar a cualquier historiador, geógrafo o afín. Esta peligrosa subjetividad se complementaba con un problema añadido: todas sus observaciones las realizaba desde una perspectiva británica la mar de pretenciosa. La Gran Bretaña era la perfección absoluta, frente a la mediocridad y franca deficiencia de todas las naciones restantes. Yo creo que no se había tomado la molestia de leer los libros de su compatriota Charles Dickens, mi adorado "Boz", porque a lo mejor se le bajaban algo los humos. Así, cuando habla de la miseria de los orfanatos españoles, tal vez hubiera contrastado el tema con lo descrito en "Oliver Twist" y, al referirse a lo corrupto e ineficaz de la Administración española, habría podido comparar con los comentarios de Dickens en "La pequeña Dorritt". Claro que en los años treinta de aquella centuria don Charles aún no había entrado de lleno en su formidable narrativa, pero en el momento de escribir su empinado compatriota la absurda guía titulada "Las cosas de España" sí que lo había hecho, así que no hay excusa que valga.

Ford se refiere a Chiclana en un par de ocasiones. En una de ellas cuenta que los médicos de Cádiz enviaban aquí a sus pacientes cuando estaban hechos puré, porque les podía venir bien tomar las aguas, supongo que en Fuentemar, si bien con escasas expectativas de curación, porque esos médicos eran, según el inglés, auténticos matarifes. También los enviaban para tomar un cocimiento hecho con unas culebras que se criaban en "los aromáticos desiertos de la Barrosa", que no sé de dónde diablos se habría sacado eso de los desiertos. A lo mejor es que nuestro culto individuo era capaz de confundir una playa con un desierto. Como en los dos parajes hay arena, se ve que… Porque lo de bañarse en el mar ni lo menciona, y eso que se las da de higiénico, comparándose con los, según él, guarrísimos españoles. ¡Cómo han cambiado las cosas! ¿Eh? ¿O es que usted no ha disfrutado de una estancia londinense con "bed and breakfast".

Sobre los citados galenos denostados por don Richard, sabemos que eran efectivamente malísimos y anticuados, pero para demostrar cuanto mejores eran los doctos y avanzados ingleses, el buen señor cuenta que un caballero español estaba atacado de apoplejía; menos mal que había por allí un doctor inglés moderno que le curó. ¿Cómo? ¡Practicándole una sangría!

Hay en el libro una referencia de pasada al Brigadier Lapeña y a su vergonzosa conducta en nuestra celebradísima "Batalla de Chiclana o de la Barrosa". Aprovecha el señor Ford para referir lo lamentable del ejército español, comparado con el inglés, que por lo visto arrojó él solito a los malditos franceses (Ford los aborrece) del territorio patrio. Pues el caso es que Lapeña participó, por ejemplo, en la Batalla de Bailén, ganada por generales españoles y por un alemán españolizado. La superioridad española en artillería (pese a lo penoso de nuestros parques, según él) y lo bravo de nuestra infantería fueron las claves. Los historiadores no hacen referencia al arma secreta de la infantería española: el bocadillo de sardinas. Ellos no lo dicen, pero yo lo he comprobado por experiencia propia.

Total, que Richard Ford se inventó una España a su medida, como tantos otros viajeros foráneos (y también nacionales). Y eso que era cultísimo y llenó su obra de citas en latín, en griego y en el inglés de Shakespeare, sin mencionar las del Quijote. También fantaseó con la etimología, sin el menor fundamento científico, porque le salió de los nitos atribuirnos la condición de "moros" y todo le parecían arabismos. Eso a mí me parece muy honroso, que conste. De todos modos el candor siempre se agradece, es hilarante y muy distraído.

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