Yo creo que, lo mismo que nos miramos de vez en cuando la tensión arterial o el colesterol, deberíamos mirarnos también los índices de patriotismo. Una subida de tensión o una sobrecarga de colesterol pueden traer consecuencias funestas, pero en general las sufre uno mismo y no la toma con sus semejantes. En cambio los ataques de patriotismo suelen pagarlos los demás sin comerlo ni beberlo.

-Mamá, que me parece que a papá ha vuelto a darle el ataque…

- ¡Vaya por Dios! ¿Seguro?

-Creo que sí, porque ya se ha liado a pegar voces y creo que va a empezar a cargarse cosas.

- ¿Le habéis escondido ya la bandera?

- Da lo mismo, porque le empiezan los síntomas.

- ¿Los de siempre?

-Bueno, de momento la ha tomado con el vecino y le está poniendo a parir por el patio.

-¿Y qué culpa tiene el vecino?

-Yo qué sé, pero como papá se emperre…

-Pero, ¿con qué vecino?

-Pues con todos, con todos los vecinos, con el presidente de la comunidad, con el cura de la Parroquia… ¡Yo qué sé!

Creo que ya he dicho en otras ocasiones un patriota es ordinariamente un peligro virtual y su entorno próximo o remoto se convierte automáticamente en un grupo de riesgo. Sea por contagio, sea por rechazo, un patriota sumergido en una comunidad desarrolla en torno a sí un volumen de cabreo directamente proporcional al nivel de su patriotismo acumulado.

El patriota, también llamado nacionalista, suele encontrarse la mar de importante, desde luego mucho más importante que todos los demás y hace extensivo este estúpido sentimiento al grupo étnico, social, cultural o lo que sea al que él pertenece. Suelen ser individuos rematadamente ególatras y, a partir de esa egolatría contagiosa tienden a liar la de Dios es Cristo en cuanto se les presenta la ocasión. Pueden comenzar quemando banderas, luego quemarán edificios y finalmente puede que se lancen a liquidar personas. Adolf Hitler dicen que achicharró a idea el Reichstag, posteriormente puso en ignición el mundo entero con una guerra interminable y, de paso, redujo a chicharrón a un montón de judíos y otros seres desde su punto de vista indeseables por inferiores.

El difunto dictador en vías de exhumación (dicen) era un gran patriota, en su propio concepto, y logró hacerse con un ejército (el ejército Nacional) con objeto de salvar a la Patria, lo que al parecer sólo puede lograrse mediante la obtención de un millón de muertos, más los posteriormente fusilados, encarcelados, exiliados y privados de sus derechos más elementales, que fueron todos los españoles de derechas o de izquierdas. Los accesos de patriotismo colectivo lograron entre los años 1991 y 2006 dinamitar Yugoslavia con unos costes humanos que todavía persisten. Grandes patriotas, como Milosevic, Tudjman o Itzebegovic compitieron en ardor nacional hasta dejar exhausta a la antigua república soviética del mariscal Tito (otro patriota). Y así sucesivamente. Los símbolos nacionales dan mucho de sí en casos de ataque severo de patriotismo. Banderas, himnos; incluso costumbres locales, que pueden llamarse toros, castellets, aurresku o arroz a la murciana son utilizables para sentir la exclusividad, la inefable identidad a lo que otros desdichados sujetos nunca podrán aspirar. El vino de mi países el mejor del universo, aunque presente algunas semejanzas con el vitriolo o sea cabezón de narices. De ese modo uno de nosotros, porque nadie está exento de esas tentaciones, podría llegar a proclamar que en Florencia tienen la Galería Uffici, pero nosotros disponemos del Museo Municipal; o que Egipto presumir de poseer un montón de pirámides, pero que aquí se han encontrado unos restos fenicios antiquísimos. Lo que sucede es que en Chiclana no somos más tontos que la media y no se nos pasan por la cabeza semejantes disparates.

Un querido amigo acaba de sugerirme una idea para cuplé de carnaval: la del paracaidista que se quedó colgado de una farola con bandera y todo en el desfile de la Fiesta de la Hispanidad. La verdad es que tiene su gracia, pero a mi hasta me parece todo un símbolo.

¡Toma bandera, toma exhibición patriótica! "Sic transit gloria mundi… Acrobacia patriotera que desemboca en el más perfecto ridículo. Cuentan que el cabo primero rampante (como el barón de Italo Calvino) fue objeto de atenciones por Su Majestad don Felipe.

Por desgracia no todos los rollos patrióticos tienen un desenlace cómico, porque catalanes y resto de españoles estamos padeciendo las consecuencias de una tremenda sinrazón: el choque entre dos nacionalismos peligrosamente enconados, cuyos beneficios presentes y futuros son y serán de todo punto de vista nulos. Y si alguien piensa lo contrario, que me lo explique, porque yo no lo pillo.

Desde fuera de Cataluña vemos a los políticos buscando la cabeza de los que aplauden la sentencia del "Procés" y en el nacionalismo catalán se compite por ver quién la rechaza más violentamente. Maldita la gracia que tiene.

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