Lo siento, no vi al candidato Abascal enfrentarse al mundo. A diferencia de muchos de los que asistieron ayer a la moción de censura, yo debía trabajar. Algo que es importante, en realidad, trabajar, digo. Por lo menos, mientras nos dejen hacerlo y no nos confinen nuevamente, como parece que pasará en noviembre. En cualquier caso tampoco me apetecía ver a Santiago Abascal, no me interesaba su crónica de una muerte anunciada (que defiende legítimamente, claro está).

Uno podrá estar a favor o en contra de los postulados del líder de Vox pero estaba claro que aquello no iba a llegar a buen puerto y que iba a ser, en definitiva, una exposición pública de mítines más o menos chabacanos y/o demagógicos de sus señorías. Los community managers de izquierda se movilizaron con rapidez y convirtieron a Fachascal en trending topic. Todo un derroche de ingenio sin parangón que, por otro lado, resbalará aceitosamente sobre la coraza de Santiago (y cierra España).

Yo estoy ya un poco harto de que se tilde de facha al enemigo, incluso aunque lo fuera, Schrödinger mediante. No me interesa este teatrillo de faralaes en el que más que censurar al presidente Sánchez por sus guiños a luchas armadas, su controvertida gestión de la pandemia o su habilidad haciendo las camas a las comunidades autónomas gobernadas por el PP, lo que Vox pretendía era retratar a los que no apoyaran su moción, es decir, a Casado y a Arrimadas. El objetivo de Abascal no es otro que minar la base de votantes de éstos, mordisquear su quesito del trivial electoral y crecer de cara a las próximas elecciones apoyándose en el patriotismo patriotero, la Iglesia Católica pre-bergogliana y quién sabe si en la construcción de mil pantanos.

Pero, en definitiva, lo que hacen es perder el tiempo, su valioso tiempo que deberían ocupar en trabajar por los españoles precisamente en esta, su más peligrosa hora, cuando el Covid remonta día a día, cuando no se ha movido ni un puto dedo para dotar a los hospitales de más camas ni a sus plantillas de más sanitarios. Lo importante ahora para nuestros políticos es crispar mucho, desviar la atención de su propia negligencia, y discutir sobre el sexo de los ángeles siempre ayuda; aunque de todos es sabido que el sexo de los ángeles es el mismo que el de los hombres: entre ochenta y cinco y ciento veinticinco veces al año.

Nuestro Congreso y nuestro Senado han devenido en un Sálvame hiperremunerado en el que sus ocupantes (deberían llevar la “k”, en algunos casos) se insultan y faltan el respeto de un modo que sonrojaría a sus predecesores (que si una ministra se acuesta con machistas, que si Franco fuma). La razón de este avinagramiento, de esta dejadez de las buenas formas es su nerviosismo: el sanguíneo olor al poder que se acerca o se aleja. El hombre es lobo para el hombre, pero el político mediocre siempre aúlla más

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