No eran ni las cinco de la tarde cuando mi amigo José Luis Porquicho, jefe de prensa del alcalde de Cádiz, me mandó un mensaje que incluía una fotografía: "¿Ese es Montiel de Arnáiz?", rezaba. Pinché y no pude sofocar la carcajada. Se trataba de una imagen del obispo de Cádiz, Rafael Zornoza, tras el que figuraba un sacerdote de gran tamaño, con canosa barba rubicunda tapada por una mascarilla marrón, que se asemejaba a mí. Tras las típicas bromas, se la reenvié a mi padre por WhatsApp diciéndole "que me habían pillado". Le hizo puta la gracia. Imagino quién habrá sido el batideólogo de la coña y en qué blog acabará apareciendo. Todo controlado.
Pensé tras eso en las pocas ocasiones que he tenido contacto con el obispo (o con su ecónomo,) y en sensaciones profesionales que no puedo ni quiero relatar. La mente me llevó a Rafael Valverde y tras él al padre Vez Palomino, que dicen que está "en el destierro". ¿Existe el destierro para un hombre de Dios? ¿No es, en cierto sentido, ese mismo destierro la propia función de un sacerdote? Hace mucho que estoy alejado del mundillo cofrade, de sus miserias y, también, sus bondades. De vez en cuando ayudo a alguna hermandad y paseo a mis hijos por la Semana Santa de mi pueblo, cuyo mecer bello y singular es distinto al de otras localidades. Los llevo a los rincones y momentos especiales, los que recuerdo de mi niñez cuando iba a comer torrijas de madrugada a la calle Méndez Núñez en la casa de mi familia, que era la de Enrique García Palau y Lola Anaya.
Hacía frío en aquellas noches en que se recogían las hermandades de negro en fastuoso recogimiento. No sé si monseñor Zornoza gusta de disfrutar de la Semana Santa de su diócesis o si él es hombre recio y norteño, alejado de todo este folklore conectado y divergente por un extraño azar a la burocracia antigua que maneja. Como digo, hace tiempo que miro las cosas desde la objetividad que da la distancia y puede que por eso sonriera tanto con la foto que me mandó Porquicho, tan indignado por un penalti no vareado en Granada que incluso ofrece sus doblones de oro para querellarse contra lo que sea, como un Pepe Blas redivivo.
Mientras escribo estas líneas escucho en la cercanía una banda de trompetas y tambores ensayando para una fecha que quizá jamás llegue, como todas esas citas que han caído y se nos caerán de aquí a que tengamos una vacuna que se mee en el rostro del Covid (los exégetas dicen "la" Covid). Tengo una sensación extraña, me (nos) han robado un año entero. Miro el calendario y compruebo que tachamos ya los dígitos de octubre y pienso en lo poco que queda para revivir mi enfermedad de enero, la operación de mi esposa en febrero, y marzo, todo lo que sucedió y sigue sucediendo en marzo. Resulta estremecedor. Menos mal que el Porqui de Cádiz me mandó esa foto en la que no salimos ni Oriol Junqueras ni yo y me hizo sonreír. Que no es poca cosa, hoy día.
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