El inspector Pelayo es alto y fuerte como un espartano. Viste mirada intensa y poderío postural. Es inquisitivo y habla de usted a sus agentes, al tiempo que se introduce en sus mentes y les hace ver que una vida más sencilla les aguarda. El inspector Pelayo es instructor del G.E.O. y no tiene súbditos, predica con el ejemplo. Imagino que despertará una atención inversamente proporcional en la relación amor/odio. A Pelayo, que es asturiano, además, eso le importa un comino. Se cruza de brazos ante la cámara y clava la vista en el objetivo como una actriz del blowjob, cualquiera diría que ha nacido para esto, para hablarle a la pantalla y no para dirigir una promoción de doscientos policías nacionales de la que no quiero decirles cuántos quedan vivos al final.

El inspector Pelayo protagoniza en gran medida la serie documental titulada G.E.O., en Prime. Se la recomiendo. Es una especie de El Sargento de hierro de Clint Eastwood a la española, en la que todo el mundo es respetuoso entre sí, probablemente por la presencia activa de las cámaras de vídeo. Sí, les aconsejo que la vean. Cuando llevaba vistos cuatro capítulos llamé a mis hijos y empecé a verla con ellos desde el primero, nuevamente. ¿El motivo? Esa promoción tan complicadísima para acceder al G.E.O. es una lección de vida.

Me pregunta Claudia por qué en el grupo de doscientos policías nacionales no aparece ninguna mujer. El inspector Pelayo no se encuentra presente para contestarle, para decir que aún siguen poniéndosele los vellos de punta cuando escucha el himno español, o para venerar al Tajo, cuyas aguas gélidas descubren el interior que cada agente atesora. Pero estoy yo, que aunque no soy asturiano, también me he sumergido en el Tajo de la vida unas cuantas veces. Mi respuesta la sorprende. Se queda pensativa, realizando cábalas, enlazándola con los discursos chupiprogres que regalan a los jóvenes en el día a día. ¿Qué le dije? Pregúntenle al inspector Pelayo, que él sabrá contestarles.

Mi esposa le insiste a Rodrigo en el discurso del esfuerzo, del sacrificio, pero el niño lo acoge con cierta cautela, no vaya a ser que ello tenga algo que ver con una crítica oculta a los videojuegos o esos youtubers que tanto le gustan. El inspector Pelayo es un mindundi al lado de mi esposa. "El Tajo nos enseña", me parece oírle decir, mientras explica a mis hijos el valor del trabajo, del denuedo, de enfrentarse a los obstáculos de la vida. Ellos le responden, bromeando, que debería apuntarse al G.E.O., pero han pillado el mensaje. Son buenos chicos.

Aún no hemos terminado esta serie, aunque poco nos queda. El inspector Pelayo ofrece la mano a los policías que abandonan el proceso, entregando su banda tras ser sinceros consigo mismos, o por culpa de una inoportuna lesión. Se le ve erguido, observando siempre el interior de los agentes, buscando el color a su alma. Con gente como él, España es más segura. El inspector Pelayo, y su equipo de instructores, en realidad, son el puto Tajo.

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