No es que me considere un cultureta pero al menos sé diferenciar a Christina Rosenvinge de Nicole Kidman e incluso, a veces, interpreto correctamente la textura macilenta o fresca, oscura o rojiza, de la carne. Como aquellos adivinos que leían el futuro -bien pensado, el porvenir se repite más que los discos de Revólver- en los posos del café de Juan Valdés o en las tripas de animales de corral o granja, yo consigo descifrar mi futuro entre las vetas de un chuletón de buey de la cámara de frío del restaurante Caníbal.

Reconozcámoslo, cuesta trabajo respetar a los veganos y de eso tienen mucha culpa nuestras madres, hijas de la transición, que nos instilaron el don de la tolerancia. En el fondo, el veganismo es una moda, la progresía del vegetarianismo hortofrutícola. Todos somos carne y comemos carne, como bien indicó Hobbes, o Locke, o Hume, o uno de esos tipos que hablaban de nuestros pensamientos en ese idioma que contagia el covid más rápido. Carne, sí, más carne enamorada, diría otro que no soy yo. Uno es meatlover y por eso disfruta casi tanto ante un expositor de chuletitas de cordero lechal bien pertrechado como los que defiende Juan Antonio en las inmediaciones del Hotel Playa Victoria, como paseando sin prisas por los pasillos plenos de estanterías de una librería amiga que cierra para nuestro pesar, la de las hermanas Raposo Navarrete.

Ayer fue mi cumpleaños y lo celebramos en casa los cuatro, sin poner en riesgo a abuelos ni a primos. El futuro se repite, regodeándose en el pasado. Hace un año fue ayer, si lo piensan. Los recuerdos de este terrible 2020 vuelven a nosotros como el recuerdo de una chuleta tendinosa, mal regada, comida fría sin la compañía de esos amigos que te mandan fotografías de barbacoas y hogazas de pan oscuro que encierran esponjoso virgo en su interior.

Lo reconozco, soy un caníbal. Me lo preguntaron en la tienda del mismo nombre (pero con letra mayúscula) cuando entré. El culpable fue Jose Gago, arte de Cádiz: "¿Tú eres caníbal?", me dijo. Casi le insulto. La duda ofende, amigo. Dame solomillo y dime tonto. Y no es ya por la amabilidad de cuantos allí estaban, o por la sensación de encontrarme entre profesionales de un oficio complicado y antiguo, o por percibir el deseo de agradar, de incorporarme a una cartera de clientes caníbales satisfechos, sino que me propuse hablar de Caníbal, la carnicería-gourmet de Cádiz que sirve a todas las Españas porque tiene apenas un año de vida, el año que vivimos peligrosamente, el peor de nuestras vidas, el maldito veinte veinte.

Ayer anunciaron el cierre Las Libreras, probablemente azotados por una pandemia que no mira por la cultura y por una sociedad que antepone los Youtubers (creadores de contenido, los llaman) a los literatos. Les deseo muchísima suerte a las hermanas, todo amabilidad, sensatez y disposición. Y también se la deseo a Caníbal, un negocio diferente. No tan distinto de otros que han crecido con nosotros desde pequeños, pero dotado de una chispa: la búsqueda de la excelencia.

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