Esperando poder comenzar a ver Patria en la HBO me he entretenido durante unas semanas con un culebrón intergeneracional de gran categoría basado en la célebre saga de películas ochenteras de Karate Kid en las que el pobre de Daniel Larusso recibía guantás a mano llena y coces de borrico ajogao, y aún así le levantaba la novia al chuloputas del tuto ayudado por un venerable y japonudo anciano que lo freía a agujetas, dándole cela y puliéndole cela a una flota de coches que ni Briatore. Además, el señor Miyagi, como se llamaba el sensei, le hizo pintar vallas mil a cara de perro y, por último, lo entrenó para mantener el equilibro sobre pilotes a la orilla del mar. La saga dio juego en nuestra fútil adolescencia y el número de aficionados al kárate y resto de artes marciales aumentó más que el índice de contagios en un metro de Ayuso. Con el tiempo se estrenó una revisión de la obra de la mano de Will Smith y su vástago, al que entrenaba nada más y nada menos que Jackie Chan.

Si en 2021 hubiera finalmente carnavales falleros (callejeros, puede que haya) estoy convencido de que la serie karateka de moda hubiera sido homenajeada sobre tablones firmes en forma de chirigota. Se llamaría 'Los Kobra Kadi' y se clasificaría para semifinales. Entre patadas y galletas atizaría a todo quisque: la salida del país del rey emérito, la inhabilitación de Torra, el pendrive de Dina y/o Iglesias, la eliminación del IVA en Canarias y, sobre todo, a Fernando Simón. El portavoz de esta España de charanga y pandemia surfea a los periodistas igual que las olas; sin mascarilla. Probablemente aparecería también otra agrupación, algo más canalla, que se inscribiría como 'Los Simones', pero esta solo hubiera llegado hasta cuartos, por sosainas.

'Los Kobra Kadi' no defraudarían. Le hubieran endiñado tanto al Kichi como a Teresa porque ellos no discriminan por razón de sexo. Beberían de la mala leche de los alumnos del renacido Dojo para pergeñar letras ácidas, de esas que hieden a los ofendiditos y, sobre todo, a los que sólo ríen la graceja ajena, o sea, la referida al otro y no al propio. Aunque, eso sí, el repertorio petaría la patata del respetable, tocando temas muy sentidos como, por ejemplo, el putadón que le están haciendo a los trabajadores de Alestis aprovechando covids, ertes y ortos, buscando mandarlos al callejón de los suspiros.

Hacen falta más ostias de vikingo, más Mötorhead y más bilis, cantarían los chirigoteros imitando a Johnny Lawrence, el verdadero prota de la serie; un tío al que le jodió la vida la patada de la grulla. Treinta años después, mezclando el síndrome de Peter Pan con una garrafa de cerveza, Johnny saca adelante su triste existencia (mal)entrenando a una caterva de frikis e inadaptados a los que inocula el veneno de la cobra. El camino del puño, exclama. Y los hace crecer. En verdad hace coaching, pero de Kadi, Kadi.

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