Desde que Rose (Kate Winslet) ocupó todo el espacio de la tabla de madera en la que su personaje pudiera haberse salvado de la hipotermia, el actor Leonardo DiCaprio, ídolo sexual de multitudes desde los tiempos de Titanic, decidió imponerse una extraña regla de vida sentimental. Al igual que los grandes del rock ingresan en el selecto club de los 27 mediante un certificado de defunción, Leo ha creado otro del que sólo él es socio y que también tiene un límite temporal, aunque no el habitual.

Se requieren los dieciocho para ingresar en discotecas, partidos políticos o en la seguridad social; si no tienes cumplida la mayoría de edad no puedes contraer matrimonio (excepción hecha de casos legalmente tasados) ni acceder a determinados eventos y recintos sin que te acompañen tus progenitores o tutores legales. Pero en el mundo ideal de DiCaprio, uno de esos actores que como el buen vino mejora con los años, el modo de sentirse eternamente joven, de que la artritis huya de sus huesos y la arruga -bella, pero arruga- desaparezca de su rostro, es salir sólo con mujeres con menos de 25 años.

No recuerdo que Leonardo DiCaprio participara en Entrevista con el vampiro o peli de vampiros similar, de esas en las que el Nosferatu de turno adquiere su inmarcesible juventud núbil chupando Rh A positivo sin echarla a perder con el paso de los otoños sucesivos. Sin embargo, dicen las malas lenguas -que son todas- que Leo rompe con sus novias cuando cumplen twenty-five porque él sigue sintiéndose tan joven como cuando tenía barrillos. De ser esto cierto demostraría que el dinero no sólo da la felicidad, sino que cuando se disfruta de él en demasía hace que los cerebros millonarios alcancen la pudrición y se aíslen de la realidad social.

Como si fuera un joven caprichoso, lo imagino diciendo que puede permitirse elegir y que en su vida manda él y nadie más. Si bien entiendo que el feminismo militante lo odiará con denuedo al "desechar" a la mujer que sobrepasa el cuarto de siglo, como si fuera un producto caduco, yo no puedo sino sentir una grave lástima y un pelín de asco por un intérprete que acumula tantos papeles icónicos que no me tengo sitio en la columna para citar los más importantes. Lástima, efectivamente, y en grandes dosis. Jugando a ser psicólogo podría advertir aquí un síndrome de Peter Pan a lo bestia, el deseo o incapacidad innata para madurar y, sobre todo, para asumir y aceptar con agrado la edad propia (y la ajena).

No me disgusta que el casi cincuentón de DiCaprio pueda sentirse joven aún, o que se enamore de veinteañeras. Pero sí que las abandone a los 25 como si fueran muñecas rotas de ese Hollywood que lo ha encumbrado desde que interpretó a Romeo. Con ese actuar insultante, lo que Leo DiCaprio demuestra es una necesidad absoluta de terapia psicológica. Y lo que merece es enamorarse de una mujer de su edad, y que lo dejara por inmaduro. Justicia divina. Eternamente divina. Hollywoodiense.

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