Siempre estaré agradecida a Diario del Carnaval por darme la oportunidad de escribir en este rinconcito y de contrarrestar con mis palabras a esa calaña que ocupa todas estas páginas. Y en todos estos años he tenido como vecinos a diferentes entrevistas y montajes donde los carnavaleros han dicho sus majaderías varias, exponiéndose sin pudor a la vista de todo el mundo sin importarles si el Diario del Carnaval les vestía de cualquier mamarracho. Pero este año ya se han superado. Unir a estos petardos (y ya a petardas) al arte mediante estatuas o famosos cuadros es como juntar a Miguel Villanueva con Lola Cazalilla: un contraDios. Les pregunta el redactor o la redactora, inocentes, por una obra de arte que les guste y no saben ni contestar o se van corriendo a Google para buscarla. ¿Alguien se puede creer que alguno de estos ropa sueltas hayan estado alguna vez en el Museo del Prado? Son más de cuadros de bicicletas y de escultura no van más allá de los niños del paraguas del Parque Genovés. Ellos y ellas que presumen de que Cádiz es un museo y se ufanan de no haber pisados territorios inhóspitos más allá de Cortadura, ¿se los imagina usted en el Louvre a ellos en bermudas, con la camiseta del Cádiz y la riñonera? Yo, desde luego, no. Es más, me dan arcadas solo de pensarlo. Y, en el colmo de los colmos, hay veces que los plumillas preguntan a estos personajes cuál es para ellos la obra de arte del Carnaval. ¿Cómo se pueden relacionar ambas cosas? El Carnaval nunca será una obra de arte. No llega ni a obra menor de Aguas de Cádiz en la calle Pasquín.

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