Parece que fue ayer. Tras dos décadas sin encontrar respuesta a las preguntas que cada día me hago, sigo buscando y no encuentro. Mi padre -esa referencia constante-, dejó este mundo cuando la primavera del 98 se conjeturaba en el horizonte. Callado, sin hacer ruido, como era su devenir, abatido ante su lucha contra el cáncer, se despidió. Tras su marcha, rememoro lo mucho que aportó a los suyos y a los que le conocieron y trataron. Y lo hago ante las innumerables muestras de cariño que, 20 años después, los portuenses siguen transmitiéndonos a la familia.

En sus últimos meses, me agarré como un naufrago desesperado e incrédulo a cuantos razonamientos y enseñanzas seguía transmitiéndome, con la naturalidad que le caracterizaba. Entre sus papeles encontré un comentario de texto del discurso "Yo tengo un sueño" (I have a dream), que Martin Luther King pronunciara desde las escalinatas del monumento a Lincoln en 1963. Lo he leído en numerosas ocasiones, de arriba abajo. Me quedo con una de sus reflexiones -que concuerda con la manera de afrontar mi padre su paso por este mundo-, "si supiera que el mundo se acaba mañana, yo, hoy todavía, plantaría un árbol".

Nada mejor que recordar, 20 años después de tu despedida papá, las últimas frases del artículo que escribiste en diciembre de 1975, tras la muerte de tu amigo del alma, Jaime San Narciso: "Cada uno de los que nos dejan se lleva consigo una parte de nuestras convicciones, una parte de nuestra personalidad; en lo sucesivo quedan el espíritu y en el corazón del que sobrevive lagunas que nadie puede colmar, sentimientos que nadie puede compartir".

Aún, en el repicar de las campanas de la Iglesia Mayor, o en el vuelo majestuoso de las cigüeñas que nos acompañan, intento profundizar en lo que nos dejaste y sacar de ello las oportunas enseñanzas.

Después de todo, la muerte es sólo un síntoma de que hubo vida, ahondaba Mario Benedetti.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios