Se le tenía por un pusilánime en manos de Puigdemont, pero cuando se ha visto sin escaño y con la posibilidad de perder la presidencia de la Generalitat ha salido el Torra chulesco, desafiante e incluso amenazante. No quiere soltar el Govern y tras tomar la palabra en el Parlament para arremeter contra la Justicia, contra España y contra todo amenazó con convocar elecciones y abandonó el hemiciclo. Ahí quedaba eso.

Ha perdido la batalla del escaño, entre otras razones porque su voto invalidaría cualquier proyecto de ley del Govern, incluidos los Presupuestos, pero Torra se guarda la carta de las elecciones, que a los independentistas no les conviene. Quedan incógnitas en el aire, desde esa posible convocatoria que determinaría el futuro de Puigdemont, hasta qué ocurrirá con la anunciada reunión con Pedro Sánchez si pierde el escaño pero no el Govern. Y cómo afectará a las relaciones Moncloa-Generalitat este episodio que encabrita el independentismo.

Esta última peripecia ha demostrado lo que se advertía desde hace varios meses: la creciente tensión entre JxCat y ERC, y que los republicanos temen a la Justicia más que a las arremetidas de la oposición. Torrent ha reiterado su posición independentista sólo a través de declaraciones, teniendo cuidado de no llevarla a los hechos. El procés ha rebajado las actuaciones secesionistas, con un ejército de abogados consultados para no incumplir la ley.

Torra pierde su escaño por no retirar una pancarta; una cuestión menor, si se compara con iniciativas llevadas por los anteriores Govern y Parlament, puede provocar también la pérdida de la Presidencia. Un escenario envenenado para los independentistas y preocupante para un Sánchez que creía que con el diálogo se solucionaba todo. Por otra parte, Torra pierde su condición de parlamentario en el peor momento, cuando Puigdemont acaba de ocupar el suyo en Estrasburgo y necesitaba unos meses para organizar su asalto al Palau de la Generalitat.