Había una manera de levantarnos el ánimo, sólo una. Me refiero a esa unión de seda pulcra y crisol oscuro que siempre tejen esos grandes músicos de la Andalucía nuestra que son Saurom. En mitad de un estado que nos tiene alarmados, asfixiados por el dolor constante de unas cifras diarias que se cuentan en lápidas y goteros, los seis juglares regalaron a sus amigos de todos los hemisferios una emotiva y vigorosa balada, preludio de su próximo disco -Música- que, esperemos, saldrá a finales de este año que vivimos tan peligrosamente.

El single tiene por nombre Amanecer, que es justo lo que necesitamos tras dos meses nocturnos y lacrimosos, inciertos y espeluznantes. El mundo ha de amanecer, tiene que arrastrarse lejos del monte de las ánimas, escapar de ese sepulcro triste al que la enésima pandemia lo tiene encadenado. Han de resurgir las aguas cristalinas de tu mar y regar los campos de plena felicidad, como firma Narciso Lara, el joven poeta que toca la gaita a sus alumnos de Bornos y roba con sus letras llantos de emoción a los seguidores que van desde Bogotá a Panamá, pasando por Sevilla, Madrid, Murcia, Valencia o Barcelona.

La melodía inicial de Raúl Rueda es preciosa, como suelen ser las de la banda gaditana, casi un cuarto de siglo ya a sus espaldas. La mezcla de la sensibilidad celta y el rock más limpio y enérgico besa al hada y corteja a la musa, sobre todo gracias a la voz desgarrada de Miguel Ángel Franco, uno de los más infravalorados cantantes de nuestro terruño, regalando siempre esperanza a las almas.

Son días tristes éstos que hollamos, alejados de nuestras familias, sintiendo a lo lejos su resplandor, buscando que sus rayos del romance de la luna ahuyenten al eclipse de nuestros corazones, sofocados por la ira de Dios, por esta epidemia global que atormenta a quienes vamos sobreviviéndola. Quizá todo sea un serio aviso de la naturaleza a esta humanidad nuestra tan alocada y egoísta, como insinúa Saurom en Amanecer.

Les recomiendo que disfruten de su videoclip: es tan espectacular como desolador. El Apocalipsis acaba con la madre Tierra, el hombre ha herido los campos, bebiéndoles la sangre hasta privarlos de toda su vida, que es la savia y el verdor. El sol y la luna luna acuden al rescate de Gea, tratando de liberarla de las lluvias tóxicas, de la homicida contaminación y de la hipocresía de una sociedad que ni ruega ni reza. Habría que plantearse cuánto de motivadores y cuánto de Nostradamus hay en estos juglares de a contrapelo que son los Saurom, siempre de cara a su público y de espaldas al establishment, honrados y preocupados por la paz y la vida, el medio ambiente y la música.

El pulmón del bosque sanará -clama el trovador de Dos Hermanas- y yo bajaré a mimarte un rato como cada amanecer. Eso es lo único importante: que florezcan los pulmones de cuantos seres queridos se nos apagan en UCIS y residencias geriátricas, que transcurran veloces las pausadas fases y que podamos volver a abrazar a nuestros fantasmas, a besar esos proyectos de espectro y agua que, al fin y al cabo, somos todos.

¡Hágase la luz!, nos canta Saurom. Y justo eso esperamos, pacientes: que el sol nos ilumine y que resurjamos con fuerza, como cada amanecer.

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