Quejarse es fácil. Censurar, con críticas destructivas lo que otros opinan, también. El escenario político local no puede ser más triste. Nuestros munícipes llevan años discutiendo "si son galgos o podencos", y así nos va. Por mucho que se empeñen, la decadencia de nuestra ciudad es manifiesta, aunque soy de los que siguen creyendo en las inmejorables condiciones y particularidades que tiene El Puerto, y en el carácter acogedor y hospitalario de los portuenses. Estamos un poco hartos de declaración de intenciones. Es hora de actuar.

En tanto que haya alguien que crea en una idea, la idea vive, sancionaba Ortega y Gasset.

Si fuera alcalde, el respeto por mis contendientes imprimiría el gobierno de la ciudad. Sus opiniones y planteamientos se tendrían en cuenta. Y si fuese necesario, pondría a su disposición los medios para desarrollar sus propuestas. Las actuaciones de toda la corporación municipal redundarían en el bienestar de los ciudadanos de El Puerto.

Si fuera alcalde, concebiría y ejecutaría de inmediato procesos de reorganización de los servicios y unidades de las áreas del ayuntamiento, así como del personal. Con especial atención en las áreas de urbanismo, bienestar social, medio ambiente y policía local.

Si fuera alcalde, para dar vida de nuevo al centro, comenzaría por recuperar el entorno de la Prioral y la Capilla de la Aurora, así como la rehabilitación inmediata de ambos edificios. Ubicaría el museo municipal y abriría un Centro de interpretación de Cargadores a Indias. Y tendría en cuenta las aportaciones de los arquitectos José Manuel Morales y Manuel Fernandez-Prada en cuanto a la intervención en la plaza de Juan Gavala y la remodelación del mercado.

Si fuera alcalde, reactivaría la Fundación Alberti; abriría las Fundaciones Pedro Muñoz Seca, Luis Goytisolo y José Luis Tejada y recuperaría la de Manolo Prieto. Buscaría la colaboración de las administraciones públicas y de la empresa privada.

Si fuera alcalde, me comprometería a fijar un calendario preciso sobre las propuestas de mejora de nuestra ciudad. Todas las cosas fingidas caen como flores marchitas, porque ninguna simulación puede durar largo tiempo, susurraba Cicerón.

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