Cada vez voy teniendo más claro que hay quienes siempre están en el ajo y otros que nunca estamos en el ajo ni parece que vayamos a estar nunca en el ajo.

A los que siempre están en el ajo se les nota mucho, porque acaba poniéndoseles cara de ajo.

Que conste que yo no tengo nada contra el ajo en sí, me encanta el ajo en sus numerosas aplicaciones culinarias. Por ejemplo hoy mismo voy a cocinar unos espagueti con gambas al ajillo. ¿Y qué me dicen ustedes de unas buenas sopas de ajo? Claro que éste es un plato netamente invernal; ahora, en verano, mejor un gazpacho con una cantidad de ajo prudencial. Además dicen que el ajo es muy bueno contra el reuma, así debe de ser. Europa se divide en dos: la Europa del ajo, el aceite de oliva y el vino y la Europa de la pimienta, la mantequilla y la cerveza. Sin menospreciar a los de la mantequilla, yo me declaro identificado con el ajo y el aceite. Me asombra que una cateta muy famosa casada con un futbolista muy famoso hiciera declaraciones denigratorias contra el ajo. Creo que es una persona carente de cualquier tipo de sensibilidad, lo siento por ella.

Los que están en el ajo, o en la pomada, como dicen mis amigos argentinos, es que se lo saben todo, están perfectamente informados y creen a pies juntillas que quien tiene la información tiene el poder. Y probablemente tienen razón. En política hay personas que llevan estando en el ajo desde hace muchos años, casi toda su vida. Se me viene al cabeza inevitablemente la figura de Felipe González, que ya estaba al cabo de la calle cuando los demás, por así decirlo, estábamos "in albis". La refundación del PSOE en los años tardíos del franquismo reclutó en torno a la figura de González a un montón de pardillos, entre los que me cuento, y un solo enterado con una camarilla de medio enterados. Pero el gran enterado era Felipe, que ya estaba en el ajo de lo que pasaba con la social democracia real, qué pensaban los estadounidenses del asunto y, en suma, qué se cocía en la política internacional.

El hombre ha seguido estando en el ajo todo el resto de su vida, solo que cambiando del campo de juego de la política al de la economía y las finanzas, sin dejar por ello de pontificar sobre asuntos políticos. Este hombre es todo un alioli. No pretendo con estas observaciones descalificar a Felipe. Me limito a utilizar su caso como arquetipo de lo que es esto del ajo, pura pedagogía.

Y, como estamos en Andalucía, habré de referirme a la que fue durante años Presidenta de la Junta: Susana Díaz. Susana siempre ha estado en el ajo, porque le salieron los dientes en un despacho político y de ahí no se ha movido hasta la presente fecha. La vocación política no es ningún defecto en principio, pero la permanencia en el ajo ése acaba impregnando tanto, que al final uno se vuelve incapaz de percibir otros aromas. Como en el anterior caso, el de Felipe, declaro que soy incapaz de reprobar a Susana como persona ni como política, pero estoy convencido de que nuestros políticos, los andaluces, los españoles, los de donde sea, necesitarían darse una vuelta por el mundo exterior, ése en el que moramos los que vivimos de un trabajo corriente y circulamos a pie o en automóvil privado, no en coche oficial. Es más: exigiría que todo político tuviera que demostrar, antes de ocupar un cargo, que ha desempeñado y es capaz de desempeñar cualquier otro oficio: electricista, abogado, profesor, cocinero, sexador de pollos… El que sea.

Me he referido a políticos de izquierda (más o menos de izquierda) porque es el territorio que mejor conozco, pero me consta que en la derecha y en la derecha de la derecha abundan los personajes que en su vida han dado un palo en el agua fuera de un despachito oficial. En todas partes cuecen habas o fríen ajos.

Claro que el ajo más aromático, por no decir hediondo ajo putrefacto, se aspira en el mundo de las finanzas y sus entornos. Por estas fechas todos andamos haciéndonos cruces delante del recibo de la luz, preguntándonos por qué carajo engorda y engorda sin que nadie sepa explicarnos a qué se debe su obesidad mórbida, ni qué diantres pasa para que ningún Gobierno haya sido capaz de poner coto a la voracidad de las compañías que explotan una necesidad primaria, como es la de cocinar, lavar la ropa o encender la lamparita de la mesilla de noche.

En la banca, los que están en el ajo cobran sumas descomunales y los que no, son despedidos sin contemplaciones.

Lo dejo por ahora, porque voy a prepararme una tostada con ajo y un café con leche. ¿Ustedes gustan?

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