Quizá peque de alarmista por decir que el humanismo, tal y como lo hemos concebido hasta ahora, tiene sus ¿años? contados. Que no desaparezca del todo dependerá de cómo nos posicionemos; bien considerándolo una progresión natural de la naturaleza humana, bien una estrategia para crear seres a conveniencia de otros intereses más centrados en la explotación/rendimiento que en la conciencia y la libertad individual.

La situación real es que ante la evidencia de que puede crearse vida desde un laboratorio; que los genes, las conductas, las enfermedades pueden depender y transformarse gracias a una tecnología que ya se conoce como inteligencia artificial, parece ser que, como decía al inicio, el humanismo concebido como conjunto de capacidades intelectuales potencialmente ilimitadas, la búsqueda del saber y el dominio de diversas disciplinas con la condición del buen uso de estas facultades como motor de la propia libertad, nada dice sobre la ética de su uso, y conduzca irremediablemente a extremos insospechados y que al socaire del progreso se escuden todos los totalitarismos para convertir al individuo, singular e irrepetible, en un trescatorce que no merezca ni siquiera un nombre y un apellido.

En realidad y ciñéndonos a lo que conocemos, en la actualidad vivimos una etapa de transición: el transhumanismo, que se diferencia del humanismo en la anticipación de las alteraciones naturales del ser humano ante la evidencia de la fuerza transformadora de la ciencia y la tecnología. Un chip de menos de medio milímetro cúbico puede detectar enfermedades con años de antelación, pero también condicionar los comportamientos hasta el punto de negar la capacidad de pensar, de comparar, de extrapolar, de observar, de deducir… si así conviniera.

Admito que quizá no sea este un tema para tratar en la columna de opinión de un periódico generalista; admito que no tenga categoría científica para insertarlo en una revista especializada, pero si sirviera al menos como señal de alarma ya valdría la pena. Sobre todo cuando a ojos vista se detecta el desprecio que el ser humano padece gracias a los que se arrogan la facultad de interferir en sus vidas y sus haciendas, en el presente y en el futuro de toda la sociedad que presumen de dirigir.

Da un poco -o un mucho- de miedo la actitud manipuladora de los que dicen gobernarnos. Lo escribió George Orwell en 1984: "Quién controla el pasado controla el futuro", que es la tendencia, la aspiración y el primer paso ya dado por toda la clase política imponiendo una posverdad y convertirla en ley.

Mal que nos pese hemos entrado en el transhumanismo sin darnos cuenta, y creado una figura ficticia o hipotética que el diccionario de Oxford define como "cyborg" una criatura compuesta de elementos orgánicos y dispositivos cibernéticos generalmente con la intención de mejorar las capacidades de la parte orgánica mediante el uso de la tecnología. En Norteamérica lo definen como: "Un organismo, a menudo un humano, que tiene ciertos procesos fisiológicos mejorados o controlados por dispositivos mecánicos o electrónicos, especialmente cuando están integrados con el sistema nervioso".

O sea, vaya tomando nota.

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