Puente de Ureña

Mi admirado coronel

A la gente suele no gustarle la lluvia, la nobleza, el frescor, la generosidad. A la gente todo lo más, lo que le gusta es meterse en los charcos, sucios, agua invertida en nada

Llueve mansamente y sin parar, llueve sin ganas pero con una infinita paciencia, como toda la vida, llueve sobre los jardines, intensamente orvalla esta tarde sobre el palo mayor, donde la bandera iza a España y a la Isla, eso tan unido en el tiempo. Pero llueve sobre el frescor de las ideas, sobre la voluntad, sobre el alma. La lluvia es un tamborileo repetitivo, constante, niebla mojada y rítmica. Lluvia contra la goma de borrar, el horizonte, la raya del Observatorio, el panorama y la memoria. Esto que escribo cuando las nubes bajan sobre la ciudad, es el sentimiento que recuerdo de mi admirado coronel Francisco Javier Delgado Rolandi, que se jubila dentro de nada y quien, como director del Club Naval de Oficiales, me distingue con su amistad y al que le debo tantos ratos, tantos de paz, disfrute, creatividad.

Sí, mi querido coronel, yo disfruto de tu manera amable de apreciar la vida, de oírte hablar de tus amigos y colaboradores con un cariño intenso, de tu junta del club, Sergio y Jaime, o de Juan Manuel García Cubillana de la Cruz, una de las personas más nobles y generosa que conozco, a través de su padre, intenso amigo nuestro. O de José Enrique de Benito, -mi almirante-, o del personal, todos, los que trabajan a tus órdenes.

Llueve esta tarde sobre los buenos recuerdos, sobre las cosas que te debo, la conferencia de Alfonso Ussía, las presentaciones de libros, varios, las marchas procesionales, o la templada garganta de Mari Ángeles Marín, hace escasas fechas. También haber tenido reuniones de amigos en el Salón ya todo decorado nuevamente con infinitos detalles de buen gusto, o el añadido de una nueva piscina para los jovencitos.

A la gente suele no gustarle la lluvia, la nobleza, el frescor, la generosidad. A la gente todo lo más, lo que le gusta es meterse en los charcos, sucios, agua invertida en nada, y también le gusta beber, hablar recio y darse importancia. Eso es la calle. La vida que tu mejoras allí adentro, es distinta, serena, amable y preocupada por tu entorno.

La lluvia mansa es transparente, más transparente que las demás, se conoce que la infinita paciencia también le sirve para alcanzar la pureza, el fulgor de la esperanza, que diría el poeta de siempre, el agrio poeta hispano de tertulias perdidas en las tardes.

Por eso allí, mientras disfrutan mis nietos, mi mujer, el acto mismo de leer buena literatura en el césped con ellos, es el reflejo de tu obra, probo coronel, siempre pendiente de sumar al desarrollo de todas esas instalaciones tan queridas y a la vida de los demás.

Llueve sobre la vida, sobre las responsabilidades, como toda la vida, como toda la música, llueve con misericordia pero sin intensidad. Llueve piadosamente. La lluvia es el sosiego de la tierra, como lo es tu amistad y tu cariño. A tus órdenes siempre. Y un abrazo.

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