Cuando todo esto acabe ya entraremos en el futuro. ¿Saldremos mejores o peores? Lo ignoro, pero sí sé que vamos dejando pistas acerca de ese futuro. Es cierto que el cáncer será una enfermedad muy común, pero se tratará como cualquier otra dolencia crónica. Sin embargo, los virus seguirán sin saber geografía y desdeñando las vacilantes fronteras que figuran en los mapas.

Las naciones dependerán cada vez más unas de otras, pero extrañamente crecerá el estrépito patriotero y el fervor a las banderas. Algo que no nos pondrá a salvo de la violencia que genera la intolerancia.

Para alimentarnos se fabricará carne, pescado y verduras en factorías. Tal vez la leche se produzca en biorreactores con células mamarias clonadas. A cambio nuestro planeta se habrá convertido en un vertedero y los océanos en el cubo de la basura. Pero no importará, pues la tecnología nos hará creer que lo podemos todo.

Y es que no habrá necesidad de decir la verdad. Las mentiras descabelladas serán cada vez más descabelladas, y por tanto más difíciles de rebatir. Además dará igual, ya que los algoritmos tomarán nuestras decisiones. Una forma benévola de decir que las máquinas pensarán por nosotros.

Así, será una verdad absoluta que la pobreza es inevitable. Y los pobres estarán convencidos de que si son pobres, es culpa suya.

Ya nadie se acordará de Zeus, el más alto de los dioses griegos. El único dios conocido se llamará Dinero. Tampoco nos acordaremos del tiempo en el que el agua fue gratis. Y como el coltán, se derramará sangre por su conquista y acaparamiento.

Las máquinas ganarán autonomía más allá del control humano y tendrán recuerdos. Igual que nosotros recordamos a unos seres humanos que una vez descubrieron el fuego y la solidaridad a la entrada de una cueva. Mientras, viviremos nuestro presente evitando que nos alcance la última bala de una guerra casi terminada, sin dejar que el miedo controle nuestros límites.

Al fin y al cabo, el griterío de unos seres tan contradictorios, inseguros y frágiles, como belicosos e ingratos, no se escucha en el espacio. Ahí fuera reina el silencio cósmico.

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