Me cuenta mi peluquera mientras me coloca los bigudíes que este año, al parecer, hay mucho nivel en chirigotas. A mí eso, como ustedes comprenderán, carnavalescamente hablando me importa menos que la extinción del urogallo o el deshielo de los polos en la Patagonia. Pero sí me pone en guardia que esa modalidad, donde siempre ha habido grandes aguardentosos y ordinarios, se haya venido arriba. Porque cualquiera aguanta a los chirigoteros estos días, que parece que han triunfado en la Escala de Milán con Don Plácido Domingo y lo que han hecho es cantar sucesivas mamarrachadas sin gracia, atentando contra la moral y el buen gusto. Y ya sin son de La Viña, peor me lo ponen. Esos se creen que son Mozart. Y además, todos dicen ser de ese barrio. Si eso fuera verdad, La Viña estaría más poblada que Calcuta. Pero todo sea por alardear de ser de barrio, como si eso fuera un orgullo. Yo, desde luego, no conozco a chirigoteros de Bahía Blanca o de la señera y señorial calle San Francisco. Por no hablar de Columela, claro. Todos se concentran en barrios pobretones que son felices con esas grotescas cuchufletas del Carnaval. Chirigoteros que no juntan entre ellos diez graduados escolares. Eso estaba yo diciendo cuando la peluquera me soltó: 'po' mi hijo sale en una chirigota y canta esta noche. Como comprenderán, cambiaré de peluquería.

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