Análisis

paco carrillo

Vivir en un sinvivir

-Muy rico, todo muy rico-, mientras se le transparenta el desprecio que siente

Dice el diccionario que sinvivir es un estado de ansiedad o desazón que hace vivir con intranquilidad a quien lo sufre. Ahí lo dejo.

A este tenor, me pregunto qué persona no vive hoy en un sinvivir. Me refiero a las que incluso sin quererlo y ni saberlo están sometidas al politicismo dominante; ya me dirá de las otras que, por sus impotencias y sus silencios, hace mucho que mandaron al carajo el sistema, aguantan el chaparrón como pueden y no creen ni en la madre que los parió, que ya es decir. No sé si violo la última confidencia que me hizo mi amiga la condesa: -A los políticos les tengo la misma confianza que a los horóscopos-. A ella le debo el mejor elogio que he oído de Bienvenido Sánchez: -Es bastante fotogénico-. Mi amiga la condesa no es que sea parca en reconocimientos, pero tiene la costumbre de emplear exclusivamente los adjetivos calificativos; los descalificativos los deja para la gente incivil y descomedida, versus, resentidos indiscriminados.

El diccionario también recoge una expresión similar a lo anterior: Vivir en tenguerengue; es decir, sin estabilidad, en equilibrio inestable, y si en principio pudiera interpretarse como referencia a lo físico, ahora, con tanto desengaño, es ampliable a cualquier actitud, convicción o creencia; que se lo pregunten a los que no llegan a final de mes; a los que no pueden pagar la hipoteca porque perdieron el trabajo; a los contratados por horas, días o semanas; a los que viven de las caridades, ya políticas, ya religiosas, ya sin determinar; a los solitarios sin redención… Todas esas personas viven en un sinvivir, en tenguerengue, por mucha amortiguación que le pongan a sus lamentos.

Sacarlo a la luz corre el riesgo de ser tachado de facha cuando el pueblo admite estar catequizado por el progresismo redentor que no deja de ser señuelos electorales y sustrato del sinvivir como moneda de curso legal. He dicho legal, no moral, conste.

Comprendo que es mejor sintetizar todo esto como lo hace un amigo que no quiere complicaciones exógenas, bastante tiene con las propias: -Muy rico, todo muy rico-, mientras se le transparenta el desprecio que siente ante cualquier tipo de servilismo, mayor que el del siervo de la gleba que se limitaba a la azada, al arado o a la lanza llegado el caso.

Y surge la pregunta: ¿Se ha entronizado la mentira? Admitiendo que nunca se ha ejercido la verdad como norma de convivencia, ya fuera social, política y/o religiosa, se disimulaba con los montajes escenográficos, como los de la Antigua Roma, aquellas ceremonias civiles, casi ritos religiosos, cuando el general victorioso -corona de laurel, toga púrpura triunfal, bordada en oro-, sobre bigas o cuadrigas, eran aclamados y recibidos por el Emperador; o los Papas en sillas gestatorias, misas pontificales, inciensos, oros y latines de por medio, hasta las coronaciones apoteósicas de sátrapas. Espectáculos de pan y circo para la masa analfabeta.

Y en esa estamos: empeorando entre sinvivires y tenguerengues que se fraguan de tapadillo y se ejecutan por decreto.

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