Con el tiempo nos maravilla repetir lo que hacíamos de pequeños. El otro día estuve en el Cine en familia viendo La leyenda de Tarzán de David Yates. Qué emoción: Tarzán de los monos en el Congo Conguísimo, con su genuino taparrabos. Bien es verdad que este último Tarzán tiene una historia intrincada y muy políticamente correcta, con una elucubración multicultural sobre Leopoldo II y el colonialismo, pero yo soy una persona elemental y sencilla: me siento al aire libre a comer basurilla, me echan una peli de héroes que te cagas, y me muero de gusto identificándome con los héroes. (Casi todos los que estaban en el cine eran como nosotros: madurillos nostálgicos, venga a masticar pipas, imágenes panorámicas y pulquérrima cosmovisión). "Tiembla, Leopoldo II, que ahí vamos Tarzán y todos, a desfacer entuertos". También he disfrutado estos días de cangurear a mis sobrinos. Primera reflexión: ellos son tres hermanos; se me había olvidado que ser niño y hermano significa estar todo el santo día dando por culo a los hermanillos. Sin descanso. Sin perdón. Casi como Clint Eastwood. Conocí yo a un señor muy nazi que decía que la familia numerosa es una escuela darwinista de lucha por la supervivencia. Va a ser que tenía razón. Hago macarrones para la humanidad, para la humanidad celíaca y para la humanidad intolerante a la lactosa. Mis tres sobrinos, fieles a sí mismos, se dedican a machacarse sin compasión. Mi hermano y mi cuñada convalecen de sociabilidad (viene a ser como resaca). Mis sobrinos aúllan. Mi padre se empeña en reivindicar, siguiendo a Julián Marías, algo así como una última dimensión donde cupiera el alma y reinase Dios. Yo no creo más que en la ley de la ficción: "la voluntaria suspensión del descreimiento", que decía T. S. Eliot. Si Dios existe, debería venir aquí a poner orden entre mis sobrinos. Mientras tanto, mi hermano y mi cuñada se postsocializan moribundos, mi padre despotrica, mi madre vegeta, mi marido guisa y yo pienso que debería volver a hacer pilates. Realmente, la especie humana es semi-inteligente y se reparte los roles como Dios le da a entender. Qué lujo de verano, con tantísima canalla.

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