Gastronomía José Carlos Capel: “Lo que nos une a los españoles es la tortilla de patatas y El Corte Inglés”

Y que conste que he dicho "veraniegas" y no "veraniegos"; así que nadie puede acusarme de machista o sexista o algo por el estilo. Y eso es porque me refiero a "cosas veraniegas"; aunque también hubiera podido referirme a "asuntillos veraniegos", que tanto da. En realidad las "cosas" y los "asuntillos" no son ni masculinos ni femeninos, porque igual atañen a mujeres que a hombres. Un asunto o una cosa vienen a ser cosas parecidas, más bien genéricas y casi abstractas, con que no sé para qué me he metido yo en ese berenjenal.

El caso es que en la semidesértica Chiclana del verano se ven cosas dignas de ser anotadas, pese a su aparente insignificancia.

Por ejemplo, ciertos equipos veraniegos. Uno de ellos consiste en señora con teléfono en la oreja empujando un carrito de bebé. El inminente riesgo de ser atropellado por este curioso convoy se mejora cuando el carrito es de bebés gemelos, porque ocupa más espacio en las estrechísimas aceras de mi barrio. Yo creía que este último conjunto era del todo insuperable, pero me desengañé al haber topado con un caballero con teléfono en la oreja empujando el correspondiente cochecito y sosteniendo por la correa a un gran perro de apariencia tranquila (menos mal). Todavía me queda por constatar la presencia de un hombre o mujer empujando un carrito de gemelos en animada conversación telefónica acompañados de un par de perrillos atraillados. Cuestión de esperar, que todo se andará. De momento, voy adquiriendo experiencia en regatear caravanas de esta índole, con más maña que el Iago Aspas.

Respecto a atuendos, la casi absoluta necesidad de lucir pantalones cortos vuelve a convertirme en un atípico sin voluntad de serlo. Aquí debo citar la opinión de una dama muy querida que afirma que las piernas de los hombres son bastante feas por regla general, aserto que ratifico sin la menor vacilación tras una breve ojeada a las mias propias. El pantalón corto masculino acompañado de una camiseta de estridentes colorines sobre una buena barriga cervecera abona ese punto de vista benévolamente crítico. No obstante reivindico el derecho universal de elegir la propia vestimenta por muy extravagante que ella pudiera resultar. Con esa libre elección no puede ni la famosa "Ley mordaza", cuya total e inmediata desaparición exigimos muchos por estas fechas.

Los short de las damas suelen resultar mucho menos indecorosos; incluso pueden resultar estéticamente más que aceptables. Eso lo digo sin ánimo de discriminar a los varones, cosa políticamente muy impropia, pero donde se ponga una muchachuela con una de esas prendas con atisbo de nalga ocasional, que se quite el sujeto peludo y eventualmente patizambo anteriormente descrito. Para gustos están los colores, eso sí.

Respecto a veranieguismos playeros tengo poco que decir, puesto que mi presencia en la excelente Barrosa nunca ha traspasado la línea de los chiringuitos, que personalmente reputo de mucho más confortable, que la inmediata extensión arenosa o que la algo más lejana zona acuática, grata a los peces y a una gran cantidad de humanos obstinados en emularlos. Ya digo que todo es cuestión de gustos. Los seres humanos de ambos sexos creo que fueron concebidos como especie terrestre, pero se han empeñado en alejarse de esa condición e incluso se lanzan a volar, sin tener en cuenta lo que le sucedió al pobre Ícaro, cuya tecnología aérea no parecía muy superior a la que adorna a los constructores de submarinos que no flotan y, cuando flotan, no caben en ninguna parte y pueden acabar convertidos en parque temático o en merendero para parejas de jubilados ociosos.

Mi ocupación veraniega más estimulante, añadida a la confección de paellas, al alimentado de parrillas o barbacoas y otras de índole culinaria experimental, ha sido la de reencontrarme con Don Francisco de Quevedo y Villegas en sus portentosos "Sueños". Hay libros que uno ha leído casi de infante, que ha repetido en la juventud universitaria y que comprueba que ahora, con unos pocos de años a la espalda, es capaz de disfrutar en su plenitud. Pasa algo muy parecido con El Quijote y otras obras de Don Miguel de Cervantes Saavedra, porque no se pueden echar en saco roto las Novelas Ejemplares ni los Entremeses. Siempre he pensado que es una barbaridad obligar la lectura del Quijote a los escolares, ya que se les privará para siempre de la lectura espontánea de semejante gozada de libro.

Volviendo a Quevedo, un buen atracón de magnífica prosa española, o castellana o, como él decía "romance" te aporta diversión y reflexión. Vendría bien insistir en ello en todos los grados de educación y así evitaríamos que muchos de nuestros jóvenes y no tan jóvenes hayan reducido a medio millar de palabras su léxico y sus construcciones gramaticales a las más elementales y esquemáticas. Eso me preocupa mucho más que la estúpida cruzada hacia el lenguaje "inclusivo" o "políticamente correcto". Lo importante es que hablemos bien, digo yo.

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