Y esas cabezas de cartel iban a todas partes con su cohorte de aduladores envueltos en alabanzas tan exageradas como interesadas. No les permitían ver más allá de lo que su cenáculo íntimo y engolosinado acertaba a tolerarle entre las rendijas del poder que, como ave fénix, moría, resucitaba y volvía a morir de un día para otro.

No se inquieten que no pretendo endosarles ninguna disertación relacionada con ‘Los intereses creados’ a lo Jacinto Benavente, ni destriparles película alguna del tipo de la italiana ‘Il divo’ donde la incompetencia, los contubernios y la corrupción causan estupor a los espectadores y a los lugareños que sufren en sus propias carnes las barrabasadas que se detallan en el drama biográfico de Sorrentino; o a los lectores de Crispín como prototipo de personaje de la Comedia del Arte cuando Benavente pone en su boca aquello de “Mejor que crear afectos es crear intereses”.

Todo esto viene a cuento por la inercia electoral a la que circunstancialmente nos hemos visto abocados en plena primavera. La primera cita con las urnas parece ser ha centrado a mucho personal radicalizado que ha tenido que recoger velas y banderines para ubicarse durante una buena temporada en el Purgatorio: ese estado de los que mueren en amistad con Dios pero, aun estando seguros de su salvación eterna, necesitan de purificación para entrar en la eterna bienaventuranza. De momento, como ánimas que son, les toca vagar un poco suplicando indulgencia plenaria.

Y en El Puerto, que somos tan especiales para casi todo, tenemos ni más ni menos que ocho cabezas de cartel con sus correspondientes turiferarios para las próximas elecciones municipales (algunos, impregnando el panorama con el sublime perfume del incienso de loto de los incensarios), a los que acompañan los vendedores de humo negro que ya no sirve ni para impregnar de mal olor la ropa, que a su vez son custodiados por los que tienen el arroz apelmazado de lo pasado que está. Pero no se asusten porque seguro que algún campo florido de orégano sabremos rebuscar entre tanto matojo, por lo menos hasta que las velas dejen de arder.

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