Supremos salvapatrias

Los que me indignan son los oportunistas que se sacan el Decreto-Ley de la entrepierna

El bigote de Aznar no hizo nada por cambiar la situación porque el negocio jurídico no se llamaba HipoETAca. La ceja de Zapatero pasó por encima de la cuestión como si fuera una nube que sobrevolara el país. El habano de Rajoy pareció quedarse a medio encender, tanto que era difícil distinguir si iba o venía de la ceniza. Menos mal que la sonrisa de Pedro Sánchez no se mella con tantos puñetazos como viene recibiendo desde que tomó la Moncloa pactando con los mismos partidos de los que había renegado antaño.

Dos semanas de votaciones y deliberaciones judiciales llevaban a intuir que el asunto de los impuestos derivados de los préstamos hipotecarios acabaría siendo perjudicial para los consumidores y para el propio Tribunal Supremo, más en entredicho que nunca. Y claro, así salió la cosa: la gente grita al cielo que la Banca gana de nuevo cuando las verdaderas beneficiadas son las Administraciones públicas con competencias tributarias, que se ahorran devolver impuestos y tener que cobrar los que quizás estuvieran ya prescritos.

Los oportunistas saltaron como hienas nada más conocerse la nota de prensa del Alto Tribunal, sin esperar siquiera a leer su razonamiento jurídico. Da la impresión de que no somos los ciudadanos los únicos hastiados de esta justicia imperfecta y tardona: nuestros políticos le tienen demasiadas cuentas pendientes. No hay más que ver las imputaciones y condenas a cargos públicos de la última década y las recusaciones de jueces (me refiero a Bolaños y Alaya) para comprobar que la partida de ajedrez está llegando a un final más radical y sangriento de lo esperado.

No seré yo quien defienda a esos quince magistrados disidentes del bien común ni valoraré el inesperado cambio de postura del poderoso Díez-Picazo; tampoco comentaré las declaraciones públicas de Lesmes atacando al poder legislativo por su inacción respecto de la modificación del Reglamento y Ley Hipotecaria del que deriva todo el problema. Todos tienen su parte de culpa en este despropósito, sin duda, y no merecen que gaste una línea más en ellos. Los que me indignan profundamente son los oportunistas que piden huelgas como cafés, los que se abanderan en una indigencia intelectual llena de mocos, los que se sacan el Decreto-Ley de la entrepierna y lo plantan sobre la mesa cuando les pintan bastos, los hipócritas que denuncian ahora lo que protegieron durante tanto tiempo, esos mismos que hoy cargan contra la banca que les dio de comer, que les financió campañas, que les condonó préstamos. Chusma, en definitiva.

Toda esta ridícula faramalla pre-electoral me provoca arcadas. Detesto a esos supremos salvapatrias que demuestran su pasión por el ruido aprovechándose de las desgracias de los ciudadanos, vendiendo lavadoras a los esquimales a la puerta de su iglú, navegando a favor de la marea que es la paguita, prefiriendo siempre los barcos a la honra. Las elecciones están aquí ya, en ciernes, tan cerquita que casi puede uno olerlas como si fueran pan calentito o pino quemado. Allí nos encontraremos, o quizás no.

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