No podemos solo existir. Nuestra especie mastica lo que vive, hacemos balance al final del día, del trimestre, de las vacaciones… Lo hacen periódicos, televisiones y redes sociales a fin de año. Será monótono el de este extraño 2020. La pandemia y sus consecuencias lo han ocupado todo. Hemos vivido altibajos emocionales con la puerta de casa cerrada, retirados a una hibernada larga, confiados en que pase el chaparrón cuanto antes. Ha descendido nuestro nivel de estímulos, hemos aparcado los planes, reducido el contacto social y físico. No nos tocamos. El esfuerzo colectivo por no caer en la desesperación ha hecho que intentemos mantener los sentimientos a raya. Habrá más ferias, no pasa nada, más semanas santas, más veranos, más cumpleaños, más viajes, más cenas con amigos, más encuentros familiares... pero subyacente, un miedo. ¿Y si era el último? Porque para muchos la partida ha acabado, no habrá nueva oportunidad, están fuera. Otros han perdido tanto, que no saben a dónde mirar o agarrarse. Han cerrado negocios, se han clausurado sueños. ¿Quién los rescatará?

La banda sonora de esta montaña rusa emocional ha sido monótona, una bronca política constante de acusaciones repetida en bucle, hasta la saciedad. Mientras tanto, hemos ido reanudando lo que se ha podido. La clase política ha ido a lo suyo sí, pero las empresas se han adaptado, los negocios han intentado surfear las medidas creativas de las comunidades, las direcciones de colegios e institutos abrieron sus puertas, multiplicaron las medidas de prevención, han trabajado, y mucho. Profesorado y alumnado se adaptaron, molestos, pero con ganas, hasta acortar la distancia física y conseguir comunicarse a base de imaginación y humanidad. Nunca los ojos sonrieron o frenaron tanto. Y, sin embargo, nunca ha anochecido tan pronto como en este otoño de tardes cerradas. Nunca nada nos volvió tan europeos en los horarios. Nunca hemos estado más solos.

Esta vez el único balance posible es personal, no colectivo. Claro que hemos aprendido algo, ojalá podamos darle forma, como al barro, e insuflarle un hálito de esperanza para convertirlo en un futuro más limpio, más justo, más humano.

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