El frío es el salón del invierno para, casi con el covid, encerrarnos en casa. El frío es, también, generador de cobardías y de calentamientos globales en las redes sociales, y cuando dicen eso de la sensación térmica, me imagino a un catador de frío, en una altura de cofa, diciendo lo que siente y lo que hace. La sensación térmica trasladada así a la vida social es desasosegadora, por las frías relaciones que percibimos, por los pámpanos y las pámpanas, por los rencores y resentimientos, Entonces es cuando el alma se sienta en el rincón del vaho, a ver pasar la tarde con un buen libro y un café.

Quiero rescatar versos de los siglos de oro. En el patio, el agua es un tambor monocolor mientras no escampa. Entro en Lope, en Quevedo, en Cervantes, quienes criticaban a los malos poetas con excesiva devoción. La primera Arte Poética en castellano, inspirada clásicamente, fue la de Miguel Sánchez de Lima, (Alcalá, 1580) donde escribe contra poetas "malos y rateros que han difamado a la poesía". 

Estoy disfrutando con el tambor de fondo de la lluvia. Mientras leo al poeta Pancracio de Roncesvalles con su premática de privilegios, ordenanzas y advertencias que Apolo envía a los poetas españoles. Y a los gaditanos por ende. Leo y leo, porque el alma sometida a la impiedad no es alma ni voz. Y parece que oigo a Sisita.

En las tímidas ramas denudas de mis discretos arbolillos, un mosquitero silbador pone su tono glauco donde las hojas beberían su verde. Y entonces, pienso en "cítaras de pluma", "violín que vuela", "inquieta lira", "pautas de voz y color", tópicos escogidos por Góngora, Tirso o Calderón, que los pastinaquis aún usan, al que opuso Quevedo su "por qué no llamaban a la flauta ruiseñor de palo", o "luciente fulgor esquivo" al relámpago. Metáforas ya catacresis que denostaban entre ellos hace ya cuatro siglos.

También criticaban "jazmines confusos", (piel) "aves sin alma" (hojas muertas), "cristal fugitivo" (arroyos) todas metáforas puras, "enemiga del día" (noche), "estrellas fragrantes" (jazmín). Casi todas de Góngora, Lope, Quevedo o Tirso de Molina.

A todo esto, incidían Lope y Calderón en la relación establecida entre la poesía, la pintura y la música. Intervienen poetas como, Magalón de Pastinaquis, Macario Verdolaga o cuando cita al poeta Filodango Mocusco, autor de una Luciferiada "aunque tomada del griego Calipodio "

Miro al patio, en un árbol, una corola de plumas, un "ramillete cantor", una "flor volante", lucha contra la sensación térmica verdadera y la sensación térmica cultural…

Cerremos esta reflexión con Tirso de Molina en la Santa Juana, donde los pastores cantan: "Labios de amapola/pechos de jazmín/carrillos de rosa/hechas de alhelí/ dientes de piñones/y aliento de anís". Más tópicos actuales juntos no caben. Pedro de Espinosa editó una novela, El perro y la calentura, en Cádiz, (1625), "Evita voces vulgares, malsonantes, humildes, sin decoro y sin gala”… ¿Para qué? Para que sea inmortal la poesía mala, y la menestra dramatúrgica". En fin

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