¡Salve, decadentes!

En su fluida conversación dejaba siempre un poso de sabiduría infinita

Una de las primeras veces que coincidí con él fue en un premio Langosta, hace más de dos décadas. Tiempo después de regresar a Málaga, en 1986, desde la Verona italiana que tanto le cautivó. El restaurante de Torremolinos, del mismo nombre que el cotizado marisco, organizaba unos galardones en materia turística y cultural. En una cena de entrega de la distinción conseguí sentarme a su lado. En un momento en el que la conversación no era muy animada, tomó el cartón donde figuraba el menú, más o menos del tamaño de un folio A3, sacó su pluma y comenzó a dibujar, a su estilo, un crustáceo con todo tipo de detalles. Esperé pacientemente a que acabara su obra, se la pedí, le solicité que me la firmara y me la quedé.

Eugenio Chicano fue el fichaje estrella de nuestro periódico, hace catorce años. Pensaba que podía ser nuestro Manuel Alcántara, el maestro con el que compartió tertulia muchos años, y le invitamos a escribir un artículo. Siempre aceptaba los retos y pese a sus miedos, se decidió a escribir una pieza semanal que durante doce años se publicó todos los domingos, sin falta. Eran una especie de greguerías a lo Chicano, pinceladas de la vida, conversaciones con personajes que le habían marcado, recuerdos y vivencias. Pequeñas huellas, un Cuentagotas incansable, servido con todas las dosis que atesoraba como artista, también para la escritura.

Durante años, la presencia de Chicano se hacía notar. Una vez por semana se presentaba en el periódico para verse con sus musas: las periodistas que deberían transcribir al ordenador sus manuscritos. El texto figuraba con el número de palabras precisas para que cupiera entero en el pequeño espacio asignado para su columna. Su entrada al periódico era siempre igual. Un grito rotundo que atronaba le precedía : "¡Salve, decadentes!"; si no recibía respuesta a la primera, insistía, "decadenteeeess".

Minucioso, perfeccionista, meticuloso. No quería ningún error. Ni un fallo. Menos, una falta. Contemplaba cómo quedaba su obra en la página, daba las gracias y se levantaba. Luego solía venir a mi despacho. Hurgaba para ver qué libros me habían llegado, se sentaba y hablaba. Muchas veces de Málaga, una de sus grandes preocupaciones. En su fluida conversación dejaba un poso de sabiduría infinita. Como me sucedía también en mis encuentros con Alcántara, he lamentado muchas veces no ponerle una grabadora para guardar sus palabras y poder reproducirlas una y otra vez. Dictaba lecciones en cada frase.

A Chicano le pedimos que creara el logo de nuestro décimo aniversario. Publicamos sus láminas de Semana Santa, una de sus grandes pasiones. Y hace unos dos años, dejamos de escuchar sus decadentes por los pasillos. La neumonía le dio el primer gran aviso después de superar sus 80 años.

Será difícil encontrar a una persona con más fervor por su trabajo, por la pintura. Era incansable y siempre moderno, como sus colores. Sorprendentes.

Decir Chicano es también decir Picasso. El genio por el que sentía auténtica devoción. No hace mucho, le escuché durante una hora cómo diseccionaba trazo a trazo el Güernica, una viviencia impagable. Siempre lamentó y reivindicó que su generación de artistas, la más fructífera que dio Málaga el siglo pasado, la generación de los 50, no hubiera merecido un museo. Manuel Barbadillo, Jorge Lindell, Stefan von Reiswitz, Enrique Brinckmann, Elena Laverón, Alberca, Dámaso Ruano, Joaquín Peinado…. Y Chicano. Pese a las promesas, se ha ido sin conseguirlo. Carteles, murales, grabados … sus bodegones, sus cuadros. Siempre a la búsqueda de su siguiente exposición. Historia de Málaga de la que nos sentimos orgullosos sus decadentes.

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