Será que estamos tan faltos de verdad, será que a veces perdemos nuestro verdadero sentido, será que nos quedamos en la superficialidad, será que hemos perdido credibilidad.

Será que lo estético nubla nuestra razón de ser, será que la música nos distrae de nuestras oraciones, será que los costales no nos dejan cargar con la fe verdadera, será que este fin de semana he sentido cosas que jamás sentí en El Puerto.

De San Marcos salió el sábado el Señor de la Salud en Santa Misión. El Señor en su Tercera Caída fue acariciando su rodilla allá por calles y barrios que siempre estuvieron desamparados de la caricia divina, desde que la Reina de los tirabuzones del mes de julio dejó de visitarlos. El barrio de los Marineros, el Distrito 21, se derrumbó en oraciones y peticiones hacia desde este pasado sábado, su Cristo.

Solo había que mirar a los balcones, ver los ojos, leer los labios y darse cuenta de la falta que hacía que Jesús pisara sus calles.

Con arte y poderío, también por el barrio de los toreros fue recogiendo rezos y plegarias camino del Hospital Santa María de El Puerto, donde visitó a sus enfermos.

También el martes, el día de Todos Los Santos, La Soledad salió de su casa rumbo al Campo Santo, pasando por el Barrio Alto de El Puerto por segundo año consecutivo.

Ver La Soledad por el cementerio es darse cuenta que Ella es Madre de todos y es sentir como Ella viene a ver a los tuyos, a tus seres queridos del cielo.

Será que me estoy haciendo mayor y será que he aprendido a valorar las cosas desde la verdad.

A mí que me encantan las cofradías, a mí que me encantan sus estilos y sus ambientes, a mí que me encanta un platillo y una corneta.

A mí, no me hizo falta nada de esto, es más, ni lo eché en falta.

No eché de menos una marcha, no eché de menos un costero, no eché de menos unas bambalinas, no eché de menos una lenta revirá, no eché de menos el tintineo de un varal.

Lo que si sé es que el Señor de la Salud, el de la lágrima en su mejilla, realizó su Misión abriendo el corazón de muchos y que La Soledad alivió el dolor de otros tantos ofreciendo su pañuelo para secar nuestras lágrimas.

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