Análisis

Tacho Rufino

A Rusia no le va tan mal

La preponderancia de los combustibles fósiles se ha vuelto a enseñorear con la guerra de Ucrania: ¿Agenda 2040? El efecto de las sanciones es limitado: la guerra se alargará, como sus daños expansivos

El tipo de cambio del rublo, tras el batacazo que sufrió tras la invasión de Ucrania por parte de Rusia, se ha rehecho a los niveles en que estaba en enero. La gente allí gasta con bastante normalidad en bares y restaurantes. El consumo doméstico de energía apenas ha caído. El tipo de interés oficial ha pasado de un 17% a un 14% desde febrero. Parece que el desastre económico que se le atribuía a Rusia por el castigo general de Occidente no es tanto. Que el PIB del invasor iba caer un 15% por la guerra y las sanciones comerciales se demuestra ahora como una predicción demasiado pesimista. No es tan fácil domeñar a Rusia y hacerla perder la guerra. Porque se trata de un país poderoso, o sea, capaz de jugar sus bazas, fundamentalmente energéticas: ¿no es el algo desesperado afán de mantener su poder geoestratégico ante la imperante OTAN la causa de esta guerra? La relativamente autárquica economía rusa es una coraza ante las sanciones internacionales, que son diversas en cuanto a su origen: Alemania depende mucho del gas ruso; Estados Unidos no sufre casi nada, sino que muchas compañías suyas hacen gran negocio con barcos inmensos navegando el tiempo que haga falta con gas licuado, a la espera del mejor postor. Las empresas de, por ejemplo, un país semiperiférico y con un sector esencial del mismo como la construcción -madre de tantas cosas- en España se ven abocadas a la replanificación y, a unas malas, a la suspensión de pagos: si la energía tiembla y se encarece, los oligopolios encubiertos de cemento, acero y otros productos derivados de ellos han hecho su agosto entre enero y mayo. No sólo la especulativa, también la economía real se impone. Si McDonald's cierra su negocio en Rusia, alguien cubrirá ese hueco a precio de saldo. De las tecnológicas -Silicon Valley- cabe decir otro tanto. Nadie quiere perder dinero; y dinero en el mundo, hay. Rusia resiste como un oso en invierno. (La información en la que su sustentan estas consideraciones nos la brinda The Economist).

Quiere todo esto decir que la guerra en Ucrania va para largo, mucho más largo de lo que se preveía. Como también va para largo el dominio de los combustibles fósiles, que reciclan su ciclo de vida de una manera tan rotunda y repentina que convierte a las renovables en un rival perdedor, y con ello moja el papel de la Agenda 2030. La guerra de Putin -como con Hitler antes de la Segunda Guerra Mundial- nos ha cogido en bragas a los europeos comunitarios, mientras EEUU ha escondido la mano: ¿quién lanza misiles sobre Moscú? Nadie sensato. Apuesten a que en unas elecciones -o lo que sean- en Rusia no moverán al poder vigente. Sufren daño, pero limitado. Más allá de las gasísticas y petroleras, sus empresas exportadoras y la liquidez de éstas sí se ven afectadas: muchas de sus compañías tienen problemas para pagar los salarios. Pero, bien que mal, Rusia paga su deuda exterior y sus bonos.

La economía es un juego de vasos de Arquímedes: la tendencia a su reequilibrio es de carácter quasi físico. Y en buena medida, el poder militar y la adhesión -por la buenas o por las malas- de cientos de millones de habitantes es un factor comercial de primerísimo orden: Rusia no era un enemigo menor. Mientras, aquí algunos hacen su agosto subiendo los precios de materiales y otros inputs de forma codiciosa, en sus logias, haciendo un daño más que proporcional a la estructura productiva de países como el nuestro -enfrascado en anestesias de Sanxenxo, aparte de las elecciones continuas-. En la guerra, aun no escuchando los bombazos ni desenterrando cadáveres de inocentes, todos perdemos. Y Rusia, según los números, no sufre el castigo de la forma en que la dábamos por cierta hace tres meses. Sí nosotros. Que estamos en Belén con los pastores.

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