A veces (casi siempre) la nostalgia es musical. De pronto una canción, como el viento de levante, lo despeina todo. Bendito viento nuestro. Y bendita música la de por aquí, cuyos acordes oceánicos no saben de fronteras. Y sí, aprovecho este huequito en el Diario para alegrarme y compartirlo con quien me quiera leer esta semana de Andalucía y de Carnaval, en la que los días se esfuerzan en ser más luminosos, a pesar de tanto gris. Y mi alegría me lleva a los años últimos de Facultad, a los recitales de poesía para saltarnos las clases, a los cafés interminables en la cantina y a La Caleta con pescaíto frito y guitarra. Los días en los que conocí la voz de Javier Ruibal y ya no pude quitármela de la cabeza. Todos los recuerdos, cada uno de ellos, estaban impregnados de alguna de sus canciones, y los poemas que salían al encuentro mucho tenían que ver con su peculiar forma de entender el mundo de un cantautor único que luego se convirtió, quién lo iba a decir, en admirado y gran amigo y compañero de tertulias. Cercano y generoso, siempre ha regalado su tiempo sin reservar a los que empezábamos en la literatura o la música. Y nos ha dado suerte, muchísima suerte. Son noches ruibaleras aquellas en el Pay Pay, o el café de Teresa Torres en la calle Rosario. Tardes ruibaleras en Puerto Sherry con sesión de fotos. Mañanas ruibaleras en la Ruta Quiñones. Y ruibalera hasta la médula es servidora y así se lo conté a otro amigo del alma, Luis García Gil para su libro Javier Ruibal, más al sur de la quimera. Y consta, claro que consta. Y así debe ser cuando somos muchos los que quizás conseguimos que este profeta lo sea en su tierra con todas las de la ley. Y fue pura nostalgia, pero también orgullo, celebrar con él desde lejos, pero mucho más cerca que nunca, que Javier nos traiga el Goya para El Puerto por su Intemperie, porque así nos salva del frío y nos pone a resguardo el corazón. Y es que sabíamos que nosotros, en los tiempos de la Facultad no estábamos equivocados porque el alma no baila con cualquiera. Porque desde sus Atunes en el Paraíso, pasear por Barbate tiene otro aire. Porque no hay amor que no vaya de la mano por el Callejón del Tinte. Tenemos la inmensa fortuna de conocer a un genio, al maestro, que le dicen. Un poeta de los buenos, músico de los mejores. Estos días de pito de caña, brisa y primavera haciéndose un hueco, invitan más si cabe a brindar abrazos de pura gloria para agradecer a este creador que simplemente exista para privilegio nuestro. Y que toda la ruibalería está de enhorabuena. Que tú ya lo sabes, amigo Javier, que llevo tu Agualuna tatuada en la memoria. Salud.

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