Hace una semana, los portuenses nos levantamos de otra manera. Así lo viví al menos. Los medios de comunicación se hacían eco de una agradable, dulce y plácida noticia: 'Javier Ruibal ha sido galardonado con el Premio Nacional de las Músicas Actuales correspondiente a 2017, según ha anunciado este miércoles 4 de octubre el Ministerio de Educación, Cultura y Deporte'. Ni más ni menos. A veces lo justo tarda, pero llega.

Y de momento, aquel miércoles, me pongo de pie como movido por un resorte. Recuerdo aquella infancia en La Puntilla, donde la familia Calero y la mía compartíamos espacio sobre la arena, entre casetas de rayas.

El trabajo constante de nuestro paisano Ruibal y la inspiración que se instala en la bahía, entre retamas, pinos y la salada claridad de Alberti; lleva hasta cotas mágicas el nombre de El Puerto. Y de su mano, de la mano del trovador, de ese rapsoda de la Grecia Antigua, hemos acompañado -a veces con cierta indolencia-, su andar, siempre en búsqueda de un color nuevo, una expresión nueva, una proposición diferente.

La historia se repite cada año, mientras recorre el mundo con su música, hatillo a la espalda. Nosotros, los portuenses, satisfechos esta vez, debemos animar a todo aquel que contribuye con su tesón y trabajo a engrandecer nuestra cultura. De amar, en este caso lo cercano, a través de la cadencia.

Ante el compromiso de Ruibal, de hacer un buen trabajo sin atajos, de permanecer y sentirse entendido, de dedicar el premio a su público, ese que le encontró y le abrazó, me sumo a la certeza del escritor inglés Lawrence Durres: "Una ciudad es un mundo si amamos a uno de sus habitantes".

Bajo las casetas y los toldos, ahí en la arena de la playa La Puntilla, donde -a decir de Javier- todos nos conocíamos y donde se podía ser feliz con una arropía o un polo de limón. Enhorabuena, amigo.

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