La mañana que ella se fue, lo hizo como hoy tantos quisieran, acompañada de los suyos. Unas monjas del asilo de ancianos que daban la comunión a los enfermos, rezaron a su lado y cantaron canciones religiosas. Y habrá quiénes nieguen la importancia de la fe.

La muerte es lo único cierto que nos pasará a todos. Antes, no se ocultaba esta realidad a los niños, ni la vulnerabilidad de las personas. Tan grande se ha hecho el culto a la felicidad, que encarar esta pandemia se hace difícil. Y cuánto nos cuesta asumirla.

Los hay que se creen invulnerables: sus vidas están aglutinadas en torno a sus derechos y juegan a infringir. Y la policía, arriesgando, obligada a multarlos: son los que viajan cuando está prohibido, o inventan excusas para trapichear. No son normas caprichosas. Aún son demasiadas las personas que mueren en los hospitales, rodeadas de sanitarios, apenas protegidos, para poder vivir y seguir ayudando.

Me pregunto si ante el disturbio de la pandemia, algunos pacientes, sobre todo en las ciudades más castigadas, desearían haber tenido cerca esa ayuda espiritual. Esa mano de alguien conocido. Ahora, por más que quieran dividirse sus cuidadores, no hay tantas manos para dar. Se hizo imposible ese último beso. Velarlos. Esos rituales culturales que fueron siempre un consuelo.

En estos momentos en que tantas personas se han vuelto invisibles y que están enfrentadas a lo desconocido, a los más afortunados les quedará la fe. ¡Qué regalo!

¡Y que abunden los que niegan el consuelo de la religión y hasta la traban! ¡Los que ponen tanto afán en demostrar que después de esta vida, no hay nada!

¿Qué es lo que desean? ¿Diferenciarse? ¿Enterrar la esperanza? ¿Enterrar sin dar esperanzas?

Soy de las torpes que rezan para que esto pase. Considero una suerte y un regalo la fe que me enseñaron y que procuré transmitir a mis hijos y a mis alumnos. Ojalá aprendamos a conservarla. Que nos ayude a decidir ahora, y en todos los momentos difíciles que nos queden por pasar.

Encaremos bien este retiro necesario. Tampoco los rosales pueden moverse de su sitio. Y florecen.

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