Puente de Ureña

Los Reyes y la mar

La gente que no cree y la que sí, mezcladas, cuando acuden a los centros comerciales, a consumir y ser consumidos

Cuando la memoria finta para detrás, cuando la caspa del recuerdo de los idos, que no olvidados, me baja la tristeza al nivel del mar, me voy a la playa a oír el oleaje batiendo la arena, moliéndola como un gigante, Quijote dixit, que la machaca hasta extremos de nada, para bajarle el orgullo a lo que fue piedra. Nadie es más nada que la nada. Nadie ni siquiera es algo ahora. Cojo el clásico puñado de arena, pero no para soltarlo fugitivamente, tempus fugit, sino para admirarlo. Una paleta de mínimos colores sobre la mano. Sin lupa ya los ves. Espectrales y vivos. (La muerte tiene sus secuencias). Y cómo no, en esos instantes me acuerdo de Moby Dick siempre. La escena del predicador. Cuando habla de Cádiz, como idea de la huida de Dios, del profeta Jonás. Antes de que una tormenta infinita se lo ofrezca, vivo, a la boca del leviatán. Y no me resisto a las admiraciones gaditanas proferidas por la boca del Reverendo Mapple.

"Y busca un barco rumbo a Tarsis. Aquí nos acecha, quizás, un significado que hasta ahora no se ha advertido. Según toda explicación, Tarsis no podía ser otra ciudad que la moderna Cádiz. Ésa es la opinión de los doctos. ¿Y dónde está Cádiz, compañeros? Cádiz está en España; a tanta distancia por mar, desde Joppe, como podía haber navegado Jonás en aquellos días antiguos, cuando el Atlántico era un mar casi desconocido". 

Sigo admirando la arena. Una acuarela en sí misma en cada gota de piedra. ¿Y por qué pienso en los Reyes magos? Porque de sus huesos depositados en la catedral de Colonia, habla Melville, también. Y de la catedral gótica y del arca que los contiene.

Y, también, la inexistente casualidad, de que en 2012, el Papa, recientemente fallecido, tras afirmar que en Belén no hubo ni buey ni mula, comentó en su libro, La Infancia de Jesús, que los Reyes Magos no son de Oriente, sino que provenían de Tartessos, (el Tarshsish bíblico) un reino que los historiadores ubican en un área que comprende Huelva, Sevilla y Cádiz. Es decir, que eran andaluces. Al menos en la biblia se cita a uno de ellos.

Sopla algo de levante. El oleaje se amansa. La arena vuela hacia la mar. La bella arena íntima.Aun resbala entre mis dedos. Y alguna se pega entre ellos. Me pongo a recordar el Auto del Nacimiento de Nuestro Señor, de Gómez Manrique y el Auto de los Reyes Magos, de autor anónimo. Pienso en los niños que, ilusionados, creen en los Reyes, hasta que vivan su mentira.

La gente que no cree y la que sí, mezcladas, cuando acuden a los centros comerciales, a consumir y ser consumidos. La mayoría con el sello opaco de las miradas apagadas, que pinta la tristeza, esa materia íntima no resuelta, para muchos y muchas.

Y, cómo no, me acuerdo del Teta, de Leopoldo, del Triste, del Roque y del Pelón, personajes de Marea Escorada, navegando por las páginas de la novela hasta Nantucket, el otro extremo del planeta, gracias a Berenguer. Mi arena se hunde en la alta mar de su niebla. Mapple habla de cara al mar, también: Las costillas de horror de la ballena/alzaban sobre mí su arco funesto;/ la ola de Dios… Amén.

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