La esquina del Gordo

Requiem por el humanismo (y II)

Si todo este movimiento transhumanista sigue su proceso -premeditado de antemano-, la Era que se nos avecina es la del poshumanismo

La pasada semana, en este mismo espacio me hacía eco de la deriva del humanismo y su inexorable cambio para ser sustituido por esa amenaza en que puede convertirse la llamada inteligencia artificial. 
Me refería a que en la actualidad ya estamos viviendo el transhumanismo, es decir, el tránsito del concepto ancestral del humanismo y sus herramientas primitivas basadas fundamentalmente en capacidades intelectuales, a este nuevo fenómeno que  pudiera acarrear el riesgo de que la técnica sustituya y acelere los procesos naturales que hasta ahora han sido los únicos que el individuo ha utilizado para su progreso sin más artificios que la formación, la educación, la perseverancia y, por qué no, el coeficiente intelectual que, en la mayoría de los casos, depende de todo lo anterior.
Si todo este movimiento transhumanista sigue su proceso -premeditado de antemano-, la Era que se nos avecina es la del poshumanismo que, teniendo al humanismo como argumento remoto, tenderá a superar las limitaciones intelectuales y biológicas mediante el control tecnológico de cada individuo, incorporando mecanismos artificiales ajenos a la propia voluntad del recipiendario y que lo mismo que lo ayudará a resolver problemas cada vez más complejos a costa de alejarse del ser humano que en el fondo es, con sus grandezas y sus limitaciones. La locura puede llegar a extremos que ni siquiera sea necesario utilizar un cuerpo tal y como lo reconocemos en la actualidad y que para elegir a un amigo baste ir a una gran superficie y adquirir un R2D2 o un C3PO como el que compra una lavadora automática.
Pero hay derivadas más preocupantes. Con la misma “facilidad” que hoy se implanta un stent o un marcapasos, ¿por qué no se va a poder hacer lo mismo con un microchip diseñado para lo que sea menester: aprender idiomas, prever enfermedades, condicionar los comportamientos, olvidar el respeto al individuo, a la ética, a la moral… todo ello bajo el arco triunfal de la terapia preventiva y el diseño del ser humano perfecto, sin taras y liberado hasta de su herencia genética? Todo este andamiaje como coartada perfecta, daría paso a otras estrategias para seguir sometiendo al individuo ¿Pero a qué individuo, al convertido ya irremediablemente en probeta? ¿Al rico capaz de sufragar semejantes tratamientos? ¿Al pobre que convertirían en tubo de ensayo? ¿Sería ya un humano o un robot programado el que decidiera los límites? ¿No los hay ya capaces de aprender de sus propios errores y vencer a campeones de ajedrez?
Aquí cabría copiar el sentido que Bill Clinton empleó en su campaña de 1992: «¡Es la economía, estúpido!». Bastaría cambiar el sustantivo y sustituirlo por este otro: «¡Es el poshumanismo, estúpido!».
No es que la especie humana desaparezca, pero tan indefensa ante el poder de la manipulación que cambiaría hasta el concepto de la inteligencia, los afectos, las responsabilidades; los países mejor preparados fabricarían minúsculos clips a instancias de la demanda, impondrían aranceles bestiales que se convertirían en las armas del futuro para que el negocio siga creciendo. Que de eso se trata. ¿O no?

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