Me pongo a escribir a la vuelta de un partido de baloncesto de categorías inferiores en uno de los pabellones de El Puerto. Los visito mucho. Una media de tres entrenamientos semanales por hijo (tengo dos), más sus correspondientes partidos los fines de semana. Así que puedo hablar con propiedad del tema.

Podría hacer un TripAdvisor de los pabellones de la provincia: los más fríos, los que tienen los asientos más duros, los que tienen goteras, los que tienen suelo de terrazo, los que no tienen gradas, los más pequeños, los más inhóspitos, los que tienen cafetería y los que no. Lo cierto es que pocos pasan del aprobado raso; la implicación de clubes, familias y deportistas está muy por encima de lo que los presupuestos municipales dedican, de media, a su fomento. De algún u otro modo, nos hemos acostumbrado.

Hasta que de repente se da un paso más en la degradación y volvemos a percibir la decadencia. Lo último ha sido lo del agua caliente, porque el Ayuntamiento no paga al suministrador. Pero no es ni siquiera lo más grave. Peor es, sin duda, la falta de personal para atender las instalaciones deportivas. Hace solo unos días uno de mis hijos se quedó sin poder probar el salto de altura en un programa escolar de fomento del atletismo porque no había personal en el polideportivo para sacar el material necesario.

Sinceramente, no sé qué está ocurriendo. Podría entender, aunque no lo compartiera, que el equipo de gobierno no tuviera entre sus prioridades el apoyo al deporte base (y todos los beneficios que conlleva desde el punto de vista educativo, de salud, de fortalecimiento del tejido asociativo, de inversión de futuro…). Podría también entender que, incluso queriendo, no pudiera por falta de recursos para más instalaciones o programas novedosos.

¿Pero de verdad estamos tan mal que no podemos pagar agua caliente y un trabajador que monte las canastas? Qué pena tener que dedicar una columna a reivindicar lo básico.

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