Hay ocasiones en las que a uno se le despierta el orgullo patrio. Que España haya acogido a las 630 personas que a bordo del Aquarius buscaban refugio, lo ha sido. En un panorama internacional en el que en países democráticos proliferan políticos xenófobos que llaman "carne humana" a personas que huyen de las guerras y de la miseria, o que enjaulan a niños por el "delito" de haber nacido en un país pobre, reconforta escuchar a algunos dirigentes europeos hablando de solidaridad, de derechos humanos… La paranoia de estos políticos racistas llega al límite de que el presidente de un país en el que el 99% de sus habitantes son inmigrantes o descendientes de inmigrantes, que él mismo es nieto de inmigrante y está casado con una inmigrante, insulte y descalifique continuamente a los inmigrantes llamándoles delincuentes o traficantes de drogas.

En España hemos vivido varias crisis migratorias. Tras la guerra civil, cientos de miles de republicanos buscaron refugio en Francia y en países de América Latina. En los años 60 del siglo pasado, tres millones de españoles -el mayor contingente procedente de Andalucía- dejaron sus pueblos para emigrar a las regiones más industrializadas del país, o al extranjero.

Durante siglos, millones de europeos se desplazaron -en realidad invadieron- a otros continentes, exterminando a sus poblaciones locales. Iban sin papeles, y sin respetar pueblos ni fronteras. Secuestraron, esclavizaron y llevaron a América a millones de africanos. Los racistas europeos los compraban como ganado. Y todavía hay quien defiende como "gloriosa" la época colonial.

Ahora, miles de africanos llaman a nuestra puerta, huyen de guerras crónicas, devastaciones, hambre, miseria… fruto en buena medida de la herencia colonial europea, de regímenes dictatoriales apoyados por las democráticas potencias económicas, del expolio de sus recursos naturales, de sequías provocadas por el cambio climático. Esto es imparable; podemos asumir la inmigración como un fenómeno que puede revitalizar la envejecida Europa, o aumentar el sufrimiento de estas personas de forma exponencial. Y no se pierdan la exposición El exilio de ayer y de hoy a través de imágenes en el Edificio San Agustín. Para no olvidar nuestro pasado… para comprender nuestro presente.

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