La esquina del Gordo

Reescribiendo la historia

Menos mal que estamos viviendo el tiempo de las verdades absolutas

Por lo visto es obligatorio hacerlo, por lo menos cada cincuenta años y con una condición previa indispensable: todo lo contado con anterioridad fue mentira. O sea, que creer, lo que se dice creer, no es un acto de fe, sino una debilidad.

La Historia pierde su obligación de contar lo sucedido en un pasado más o menos próximo, para convertirse en el relato de unas revanchas que cristalizan al llegar al medio siglo, al siglo, o a los ocho siglos después, como está ocurriendo ahora con El Cid, que de ídolo por excelencia pasa a ser xenófobo ególatra de mucho cuidado. ¡Joder con el personaje! Claro que para eso están los eruditos… ¡espere, espere!, no para contar la verdad, sino para vengarse de los que los precedieron, sinvergüenzas todos, pagados por el oro de Moscú, ¡qué canallas!

Viene esto a cuento por lo publicado en ABC sobre el estudio llevado a cabo por el doctor en historia David Porrinas que, ¡por fin!, nos aclara sin sombra de duda alguna que Rodrigo Díaz de Vivar ni tomó juramento al rey Alfonso VI en Santa Gadea de Burgos, ni tuvo un caballo llamado Babieca, ni una espada Tizona, ni ganó ninguna batalla después de muerto; o sea, que vino a ser un recaudador de impuestos a los moros no para dárselos a su rey, sino para mantener su ejército de mercenarios. ¡Qué pena! Y a uno, toda la vida llenándosele la sangre de orgullo cuando leía (costumbre antigua) aquello del Machado facha: "El ciego sol se estrella / en las duras aristas de las armas, / llaga de luz los petos y espaldares / y flamea en las puntas de las lanzas. / El ciego sol, la sed y la fatiga / Por la terrible estepa castellana, / al destierro, con doce de los suyos / -polvo, sudor y hierro- el Cid cabalga…", que se aprendía de memoria en el antiguo, antiquísimo Bachillerato donde también se leía el Cantar de Mío Cid, mentiras consentidas con las que nos engañaban entonces a despecho del único Caudillo por la gracia de Dios de nuestras mentiras históricas.

Menos mal que estamos viviendo el tiempo de las verdades absolutas: la de los ídolos que nos gobiernan (¿?), la de los jueces sin ideologías partidistas, la de los asesores infalibles, la de los políticos incorruptos, la de los periodistas objetivos, la de los santos inocentes que siguen votando. Menos mal ya no existen recaudadores de impuestos como el sinvergüenza de El Cid, ni argucias para acusar lo que roban los otros. Por esta vez no tendrán que transcurrir cincuenta años para que desmientan que Sánchez no es un mentiroso compulsivo; ni Iglesias un ave de rapiña; ni que la señora Calvo solo dice chorradas, ni el señor Casado, el de la puntita nada más, es la reserva espiritual de los apestados; ni el fugado a Waterloo es un héroe incomprendido; ni que ninguno de los buitres que hoy sobrevuelan las gradas del Congreso, del Senado, de los Parlamentos… son pinchaúvas con la suerte de cara. Ya digo, no hará falta que transcurran cincuenta años para decirnos lo que ya sabemos.

Menos mal, algo hemos ganado.

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