El Tiempo Un inesperado cambio: del calor a temperaturas bajas y lluvias en pocos días

Yo te digo mi verdad

Reconciliación

El enjambre de chabolas coloridas que era aquello vivirá, después de todo, eternamente

A pesar de vivir sólo a unos cientos de metros, no había vuelto por la playa de La Casería prácticamente desde que derribaron las casetas. Curiosamente, había visto más ese paraje en películas recientes que en directo, lo que no es extraño teniendo en cuenta la idoneidad que, como localización cinematográfica, presentaba el lugar con su mezcla de cutrerío y ambiente alternativo embellecido por la cercanía de un mar constantemente en ida y vuelta. Sé que se han rodado escenas de otras películas y series por estrenar, así que el enjambre de chabolas coloridas que era aquello vivirá, después de todo, eternamente.

Volví en el atardecer, esa hora que normalmente se vuelve mágica pero que además estaba potenciada con la espectacular y premonitoria calma que precede a la aparición del viento de Levante, que, como todo el mundo sabe en esta tierra, no comienza sino que "salta". El mar estaba tranquilo y la marea, a punto de culminar su subida. No sé si fue una impresión falsa o corresponde con la realidad, pero me pareció que había menos gente de lo habitual, como si el derribo de un hábitat de décadas hubiera hecho huir en cierta forma a los asiduos.

Sentado en uno de los dos bares que la piqueta ha respetado, y que aparecen ahora ellos mismos como una isla dentro de la Isla, pude disfrutar de la visión del mismo cielo y las mismas barcas atrapadas en el fango; los ya bien alimentados gatos de la colonia felina se acercaban como siempre por si podían atrapar algo más de su ración gratis, y la amabilidad de los camareros de Muriel era mayor, sencillamente porque éramos menos a repartir. Las sensaciones eran parecidas a las de los mejores días, pero con una mayor serenidad por la ausencia de multitudes.

Cuando el Levante ya había empezado a mandar sus primeras rachas, nos levantamos y nos despedimos, y entonces ocurrió. El sol ya se había marchado tras el horizonte, pero permanecía aún la huella rosada de su reinado efímero. La visión de los bares aislados, sin casetas, a unos pasos del coche que hasta allí nos había llevado, y con ese fondo de pantalla de final de película hollywoodense, fue espléndida. Si ha habido reconciliaciones históricas, esa mía con La Casería, fue una de ellas.

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