El fútbol es una de las pasiones que caracterizan a Madrid, y a los que viven aquí. Con cuatro equipos entre capital y ciudades cercanas, con dos equipos cada año en la Champions League y casi 250.000 socios entre Real Madrid y Atlético, Madrid concentra una importante actividad en torno a este deporte con tanto seguimiento en España.

Al trabajar cerca del Santiago Bernabéu veo frecuentemente las masas de aficionados antes de los partidos. Muchos congregados en los bares de las zonas; otros llegando con el tiempo justo por culpa de un metro abarrotado. Fieles seguidores de un equipo que da alegrías cada año. Qué fácil es el fútbol moderno.

Estos días de fútbol no puedo evitar acordarme de cuando, siendo un niño, iba con mi padre al Racing. Sí, el equipo de nuestra tierra, ¿les suena? Con mi banderita tamaño folio que me cosió mi tía Milagros. Me viene a la cabeza esa poderosa liturgia de las cosas sencillas que permaneció desde los 8 años hasta que tuve que abandonar El Puerto para estudiar fuera. Aparcar cerca de la puerta, picar el abono, mirar la tablilla de la alineación y subir a la fila 12, donde teníamos nuestros asientos. Subiendo la escalera, mi padre saludaba a sus conocidos, muchos de ellos de los tiempos en los que pertenecía a la directiva. Esta familiaridad era impagable.

Recuerdo con cariño la pequeña superstición de mi padre; cuando había una celebración especial al comienzo del partido, ya fuera un saque de honor o cualquier detalle que rompía la rutina, no fallaba el comentario “hoy no ganamos”. Con los años se compuso el himno: “Racing Club, Racing Club…del deporte es el rey del balón”. Tan característico como la popular Marcha Radetzky del descanso, mientras comíamos unos pistachos. Ya hiciera viento, tormenta o frío, allí estábamos los domingos por la tarde en el templo del Cuvillo. Ya estuviera el equipo líder de la categoría o lucháramos por no descender. La lealtad, por encima de los resultados.

También recuerdo los viajes fuera. Cuando íbamos a la provincia de Sevilla, que parábamos en Las Cabezas de San Juan a desayunar un bocadillo de lomo en manteca. A campos de tierra, a campos donde no había ni gradas. Pero ahí estábamos los fieles al Racing acompañando al equipo. Siendo cuatro gatos y también cuando viajábamos 5 autobuses porque nos jugábamos el ascenso. Porque el Racing en El Puerto siempre ha ido por oleadas. Yo he visto el Cuvillo lleno hasta la bandera, gracias a las entradas que a veces regalaba la Radio Puerto de Manolo Borne, y tan vacío que se podían hasta contar los aficionados.

El Racing sigue ahí. Esperándonos. Esperando a que confiemos en él. El Racing es patrimonio de los portuenses. Una de nuestras joyas que deberíamos cuidar y apoyar entre todos. El Racing no será de primera, pero tiene la historia y potencial sentimental para que muchos padres lleven a sus hijos al Racing, como mi padre hizo conmigo. Y que esos valores de lealtad, constancia y sencillez permanezcan generación tras generación.

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