Viernes Santo Horarios, itinerarios y recorridos del Viernes Santo en la Semana Santa de Cádiz 2024

Lo malo de la maestra que hay en mí es que no acabo de asumir que es profesión del pasado. Para que sepan hasta qué punto corre por mis venas, voy a ver si consigo arrancarles una sonrisa, precisa ante tanto disgusto político y futbolístico. Fue durante verano pasado. En la playa.

Un príncipe gordito de unos tres años estaba sentado en la arena con su madre y sus abuelos. Mordisqueaba un pastelito que después no quiso. Fuimos a pasear y lo dejé protestando. Cuando regresamos lloraba caprichoso. (Diferenciamos pronto el tipo de llanto).

Once de la mañana, primer baño. Hamaca. Sombrilla. Cierro los ojos. El "corazón de su madre" levanta arena que me cayó encima. "Bueno… cosas de niños, me bañaré otra vez". Gritaba porque quería patatas. "Quiero olvidarme del niño. No es el cole". De nuevo entorno los ojos. Arena, mar. Familia. ¿Quién necesita más?

¡Berridos! La madre protestando: "pero que harta estoy". Compra las patatas y al verlas, el niño las tira porque no eran esas... Del bolso materno salen chuches y más chuches. Los abuelos felices contemplaban sin intervenir. "Serán suegros y quieren ser prudentes".

Al mediodía la madre saca un sándwich que revolea. Va hacia ella y le pega. ¡Sí! ¡Tres años! ¡Pega a la madre!

Levanté mi móvil y con una mala leche increíble grité: -¡Reyes Magos! ¡Hay un niño en la playa pegando a su mamá!

El crío me miró con furia. ¡Le estaba contrariando! Paró en seco y se sentó a comer mientras me miraba de reojo. La madre y los abuelos, ante la calma del crío decidieron no intervenir.

Cuando nos marchábamos, por aquello de no sembrar odios, volví a levantar el teléfono y fingí hablar. Después le llamé con la mano. Avanzó tres pasos sin salir de su sombrilla. Le susurré: -Mira, acabo de explicar a los Reyes que ya te estás portando bien-. El niño asintió con la cabeza.

Mientras me marchaba, la abuela comentó: ¡valor tiene la gente de meterse en lo que no le importa!

Sugeriré que prohíban en las playas la llegada de abuelos impertinentes. ¡Eh! ¡No penséis mal que lo digo por mí!

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