Hacer un análisis de lo ocurrido en este último fin de semana puede ser complicado. Aun así, mis recuerdos se remontan a los tiempos en los que la Policía Nacional vestía de marrón y al cuello llevaban aquellos pañuelos verdes. Mi memoria se remonta al tiempo en los que las motos las dominaban unos valencianos de cuyos nombres no me acuerdo. Eran tiempos de petardos y minifallas asentadas en la plaza de las Galeras.

Viajo a tiempos en los que la mayoría de los que ahora dan lecciones ni sabían andar… porque… el tiempo pasa, y no nos damos ni cuenta, y olvidamos aquellos señores de cuero sentados en Romerijo apostando a ver quién tenia la pila de vasos más altos. El ruido, la molestia y las lecciones se quedan para hoy, pero me quedo con aquel ayer visto desde hoy, me quedo con intentar comprender tantos años vividos y pasados. Me quedo con Micaela Aramburu y el Bugatti, con la gente haciendo pasillos a las motos, me quedo con aquellas chupas con hombreras y la novedad de aquellos años que algunos recuerdan por ser la mejor música de todos los tiempos. Por eso, cuando veo los pasillos viendo pasar las motos… cuando veo a la gente en los bares, cuando escucho el análisis estadístico de los entendidos de barra de bar no puedo por menos que cerrar los ojos y soñar con aquellos años ya pasados.

Siempre queda el ruido, los carenados ergonómicos, las banderas, la moda, y el ruido, siempre el impertinente ruido que al poco desaparece dejando el olor a gasolina y goma quemada. La molestia que causan es la misma que ayer, las personas a las que molesta son las mismas que corrieron ayer huyendo de unos nacionales que venían a despejar las calles para evitar accidentes, pero que jaleaban a las motos igual que todos. Y es que con los años sonríes ante quienes ponen freno a sus mismas inquietudes ya dormidas. Con los años te das cuenta de que el ruido se marcha, y quedan las anécdotas.

Este fin de semana me pasee entre las motos, y solo sentí la nostalgia por los momentos vividos, sonreí y me deje llevar no por el ambiente, sino por el recuerdo de un pasado parecido al que veía. Indudablemente, también me acorde de los seres queridos de aquellos que daban puño bajo mi ventana… al final sonreía, pues recordé qué sería de aquellos moteros de antaño, los que ahorraban todo el año para dilapidarlo entre gambas y cerveza. Van pasando los años, y al final, El Puerto queda… al fin y al cabo, el mundo de la moto tiene ese puntito romántico, ese puntito de batallita de los ochenta que se va transmitiendo de moto a moto, y se vuelve, en busca de ese ambiente que ya nos guste o no es parte de la leyenda… El Puerto en Motos.

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