No hay nada más satisfactorio que la eterna contradicción que se genera en una ciudad como El Puerto. Quizás se deba a sus años como puerto de mar, a su carácter acogedor o, simplemente, a su rancio orgullo hacia con todo lo que no sea propio.

Nuestra puesta en valor de lo ajeno apenas nos cabe en el pecho, y así, con completa entrega al prójimo, si alguien nos pregunta donde puede comer pescaíto frito bueno lo mandamos a Sanlúcar o Chipiona, y es que somos excelentes vecinos.

Ahí no queda todo, pues hasta el clero muda su carácter sobrio, lanzándose a la calle, con total entrega y devoción, siendo él y no otros el que organice e influya para dar muestra de devoción sacando, como ellos suelen decir, una figurita a la calle en cualquier momento (ahora que una cofradía le pida apoyo para organizar un aniversario o acción de gracias). Pero no acaban aquí los Milagros, pues son incluso los herederos del fervor laico y el odio al incienso los que se ríen y mofan, los que alientan el acto. Esos mismos, que anhelosos de Carnaval, sin respeto alguno, que no dudan en organizar eventos en cuaresma, en verano o en otoño, ahora se llevan las manos a la cabeza.

El Puerto, indudablemente, es mucho mejor que aquella corte de los milagros, la que hacía andar a los cojos y gritar a los mudos, porque aquí, en esta acogedora ciudad, los laicos aplauden las cofradías; los tolerantes apedrean a los distintos; los evolucionistas piden el respeto a las tradiciones rancias y caducas; las mentes abiertas se rasgan las vestiduras ante modelos atrevidos… y todo, todo gracias a nuestro carácter, un carácter ya antiguo, fruto de la evolución de muchos años de envidia, sabiduría propia y ego inflado de pus.

Un carácter que nos lleva a hundirnos por encima de todo con tal de llevar razón, y en donde nuestros toreros son los peores, nuestro equipo digno de desaparecer, nuestra gastronomía cara, nuestras calles sucias, nuestros palacios viejos, nuestros empresarios estafadores, nuestros artistas memos e inútiles… y sin embargo, a pesar de nuestro empeño, El Puerto siempre será la ciudad de las maravillas, donde sus toreros, palacios, gastronomía se llenan de besos venidos de toda España, donde empresarios, actores, modelos, escritores, cada día se llenan de nueva vida, donde hay un sinfín de maravillas deseando que alguien les aplauda, simplemente eso, un aplauso portuense sin envidias ni quebrantos que haga que este Puerto se llene de ilusión.

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